"...Y es ella dulce y rosa y muerde y besa;
y es una boca rosa, fresa;
y Amor no ha visto boca como esa..."

The Briar Rose ( Study for the Garden Court)

Sir Edward Burne Jones

 

 



Reseña biográfica

Poeta nicaragüense nacido en Metapa, hoy Ciudad Darío, en 1867.
Fue, sin duda alguna, uno de los poetas hispanoamericanos que más decididamente cambió el rumbo
de las letras hispánicas.
Publicó sus primeros versos a los once años, y a finales del siglo XIX, ya consagrado, publicó "Azul",
obra con la que se inició  «oficialmente» el Modernismo Hispanoamericano.
Al final de su vida se hundió en un ambiente bohemio, muriendo olvidado por todos en 1916.©

 


 


A Francisca

A Margarita  Debayle 

Abrojos

Amo, amas

Balada en honor de las musas de carne y hueso    

Bota, bota, bella niña...

Carne, celeste carne de mujer

¿Cómo decía usted, amigo mío?

Cuando cantó la culebra...  

Cuando llegues a amar... 

De invierno

Divina psiquis, dulce mariposa invisible  

En el kiosco bien oliente...   

Era un aire suave

Franca, cristalina... 

Francisca, sé suave...       
 
Ite, missa est

La bailarina de los pies desnudos

La cabeza del Rawí    

Leda  

Margarita

Metempsicosis

Mía

Nocturno

¡Oh mi adorada niña!

Palabras a la satiresa   

Primaveral

Que el amor no admite cuerdas reflexiones  

¿Que por que así? No es muy dulce...  

Sobre el diván

Sonatina

Tú eres mío, tú eras mía           

Venus

Voy a confiarte, amada 

Yo persigo una forma...


Más poesía de Rubén Darío en: Poesía de oro
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A Francisca

Ajena al dolo y al sentir artero,
llena de la ilusión que da la fe,
lazarillo de Dios en mi sendero,
Francisca Sánchez, acompáñame...

En mi pensar de duelo y de martirio
casi inconsciente me pusiste miel,
multiplicaste pétalos de lirio
y refrescaste la hoja de laurel.

Ser cuidadosa del dolor supiste
y elevarte al amor sin comprender;
enciendes luz en las horas del triste,
pones pasión donde no puede haber.

Seguramente Dios te ha conducido
para regar el árbol de mi fe,
hacia la fuente de noche y de olvido,
Francisca Sánchez, acompáñame...

 

 

A Margarita Debayle

Margarita, está linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar;
yo siento
en el alma una alondra cantar:
tu acento.
Margarita, te voy a contar
un cuento.

Éste era un rey que tenía
un palacio de diamantes,
una tienda hecha del día
y un rebaño de elefantes.

Un kiosko de malaquita,
un gran manto de tisú,
y una gentil princesita,
tan bonita,
Margarita,
tan bonita como tú.

Una tarde la princesa
vio una estrella aparecer;
la princesa era traviesa
y la quiso ir a coger.

La quería para hacerla
decorar un prendedor,
con un verso y una perla,
y una pluma y una flor.

Las princesas primorosas
se parecen mucho a ti:
cortan lirios, cortan rosas,
cortan astros. Son así.

Pues se fue la niña bella,
bajo el cielo y sobre el mar,
a cortar la blanca estrella
que la hacía suspirar.

Y siguió camino arriba,
por la luna y más allá;
mas lo malo es que ella iba
sin permiso del papá.

Cuando estuvo ya de vuelta
de los parques del Señor,
se miraba toda envuelta
en un dulce resplandor.

Y el rey dijo:  «¿Qué te has hecho?
Te he buscado y no te hallé;
y ¿qué tienes en el pecho,
que encendido se te ve?»

La princesa no mentía.
Y así, dijo la verdad:
«Fui a cortar la estrella mía
a la azul inmensidad.»

Y el rey clama:  «¿No te he dicho
que el azul no hay que tocar?
¡Qué locura! ¡Qué capricho!
El Señor se va a enojar.»

Y dice ella:  «No hubo intento;
yo me fui no sé por qué;
por las olas y en el viento
fui a la estrella y la corté.»

Y el papá dice enojado:
«Un castigo has de tener:
vuelve al cielo, y lo robado
vas ahora a devolver.»

La princesa se entristece
por su dulce flor de luz,
cuando entonces aparece
sonriendo el Buen Jesús.

Y así dice:  «En mis campiñas
esa rosa le ofrecí:
son mis flores de las niñas
que al soñar piensan en mí.»

Viste el rey ropas brillantes,
y luego hace desfilar
cuatrocientos elefantes
a la orilla de la mar.

La princesita está bella,
pues ya tiene el prendedor
en que lucen, con la estrella,
verso, perla, pluma y flor.

Margarita, está linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar:
tu aliento.

Ya que lejos de mí vas a estar,
guarda, niña, un gentil pensamiento
al que un día te quiso contar
un cuento.

 

 

Abrojos

Lloraba en mis brazos vestida de negro,
se oía el latido de su corazón,
cubríanle el cuello los rizos castaños
y toda temblaba de miedo y de amor.
¿Quién tuvo la culpa? La noche callada.
Ya iba a despedirme. Cuando dije "¡Adiós!",
Ella, sollozando, se abrazó a mi pecho
bajo aquel ramaje del almendro en flor.
Velaron las nubes la pida luna...
Después, tristemente lloramos los dos.

* * *

¿Qué lloras? Lo comprendo.
Todo concluido está.
Pero no quiero verte,
alma mía, llorar.
Nuestro amor, siempre, siempre...
Nuestras bodas... jamás.
¿Quién es ese bandido
que se vino a robar
tu corona florida
y tu velo nupcial?
Mas no, no me lo digas,
no lo quiero escuchar.
Tu nombre es Inocencia
y el de él es Satanás.
Un abismo a tus plantas,
una mano procaz
que te empuja; tú ruedas,
y mientras tanto, va
el ángel de tu guarda
triste y solo a llorar.
Pero ¿por qué derramas
tantas lágrimas?... ¡Ah!
Sí, todo lo comprendo...
No, no me digas más.

 

 

Amo, amas

Amar, amar, amar, amar siempre, con todo
el ser y con la tierra y con el cielo,
con lo claro del sol y lo oscuro del lodo;
amar por toda ciencia y amar por todo anhelo.

Y cuando la montaña de la vida
nos sea dura y larga y alta y llena de abismos,
amar la inmensidad que es de amor encendida
¡y arder en la fusión de nuestros pechos mismos!

 

 

Balada en honor de las musas de carne y hueso

                                                           A Gregorio Martínez Sierra

Nada mejor para cantar la vida,
y aún para dar sonrisas a la muerte,
que la áurea copa en donde Venus vierte
la esencia azul de su viña encendida.
Por respirar los perfumes de Armida
y por sorber el vino de su beso,
vino de ardor, de beso, de embeleso,
fuérase al cielo en la bestia de Orlando,
¡voz de oro y miel para decir cantando:
la mejor musa es la de carne y hueso!

Cabellos largos en la buhardilla,
noches de insomnio al blancor del invierno,
pan de dolor con la sal de lo eterno
y ojos de ardor en que Juvencio brilla;
el tiempo en vano mueve su cuchilla,
el hilo de oro permanece ileso;
visión de gloria para el libro impreso
que en sueños va como una mariposa
y una esperanza en la boca de rosa.
¡La mejor musa es la de carne y hueso!

Regio automóvil, regia cetrería,
borla y mucera, heráldica fortuna,
nada son como a la luz de la luna
una mujer hecha una melodía.
Barca de amar busca la fantasía,
no el yatch de Alfonso o la barca de Creso.
Da al cuerpo llama y fortifica el seso
ese archivado y vital paraíso;
pasad de largo, Abelardo y Narciso.
¡La mejor musa es la de carne y hueso!

Clío está en esta frente hecha de Aurora,
Euterpe canta en esta lengua fina,
Talía ríe en la boca divina,
Melpómene es ese gesto que implora;
en estos pies Terpsícore se adora,
cuello inclinado es de Erato embeleso,
Polymnia intenta a Calíope proceso
por esos ojos en que Amor se quema.
Urania rige todo ese sistema.
¡La mejor musa es la de carne y hueso!

No protestéis con celo protestante,
contra el panal de rosas y claveles
en que Tiziano moja sus pinceles
y gusta el cielo de Beatrice el Dante.
Por eso existe el verso de diamante,
por eso el iris tiéndese y por eso
humano genio es celeste progreso.
Líricos cantan y meditan sabios:
por esos pechos y por esos labios.
¡La mejor musa es la de carne y hueso!

ENVÍO: 1.907

Gregorio: nada al cantor determina
como el gentil estímulo del beso.
Gloria al sabor de la boca divina.
¡La mejor musa es la de carne y hueso!




 

Bota, bota, bella niña...

Bota, bota, bella niña,
ese precioso collar
en que brillan los diamantes
como el líquido cristal
de las perlas del rocío matinal.
Del bolsillo de aquel sátiro
salió el oro y salió el mal.
Bota, bota esa serpiente
que te quiere estrangular
enrollada en tu garganta
hecha de nieve y coral.

 

 

¡Carne, celeste carne de la mujer!

¡Carne, celeste carne de la mujer! Arcilla
-dijo Hugo-, ambrosía más bien, ¡oh maravilla!,
la vida se soporta,
tan doliente y tan corta,
solamente por eso:
roce, mordisco o beso
en ese pan divino
para el cual nuestra sangre es nuestro vino.
En ella está la lira,
en ella está la rosa,
en ella está la ciencia armoniosa,
en ella se respira
el perfume vital de toda cosa.

Eva y Cipris concentran el misterio
del corazón del mundo.
Cuando el áureo Pegaso
en la victoria matinal se lanza
con el mágico ritmo de su paso
hacia la vida y hacia la esperanza,
si alza la crin y las narices hincha
y sobre las montañas pone el casco sonoro
y hacia la mar relincha,
y el espacio se llena
de un gran temblor de oro,
es que ha visto desnuda a Anadiomena.

Gloria, ¡oh Potente a quien las sombras temen!
¡Que las más blancas tórtolas te inmolen,
pues por ti la floresta está en el polen
y el pensamiento en el sagrado semen!

Gloria, ¡oh sublime, que eres la existencia
por quien siempre hay futuros en el útero eterno!
¡Tu boca sabe al fruto del árbol de la Ciencia
y al torcer tus cabellos apagaste el infierno!

Inútil es el grito de la legión cobarde
del interés, inútil el progreso
«yankee», si te desdeña.
Si el progreso es de fuego, por ti arde.
¡Toda lucha del hombre va a tu beso,
por ti se combate o se sueña!

Pues en ti existe Primavera para el triste,
labor gozosa para el fuerte,
néctar, Ánfora, dulzura amable.
¡Porque en ti existe
el placer de vivir hasta la muerte
ante la eternidad de lo probable…!

 

 

¿Cómo decía usted, amigo mío?

¿Cómo decía usted, amigo mío?
¿Qué el amor es un río? No es extraño.
Es ciertamente un río
que, uniéndose al confluente del desvío,
va a perderse en el mar del desengaño.

 

 

Cuando cantó la culebra...

Cuando cantó la culebra,
cuando trinó el gavilán,
cuando gimieron las flores,
y una estrella lanzó un ¡ay!;
cuando el diamante echó chispas
y brotó sangre el coral,
y fueron dos esterlinas
los ojos de Satanás,
entonces la pobre niña
perdió su virginidad.

 

 

Cuando llegues a amar...

Cuando llegues a amar, si no has amado,
sabrás que en este mundo
es el dolor más grande y más profundo
ser a un tiempo feliz y desgraciado.

Corolario: el amor es un abismo
de luz y sombra, poesía y prosa,
y en donde se hace la más cara cosa
que es reír y llorar a un tiempo mismo.

Lo peor, lo más terrible,
es que vivir sin él es imposible.

 

 

De invierno

En invernales horas, mirad a Carolina.
Medio apelotonada, descansa en el sillón,
envuelta con su abrigo de marta cibelina
y no lejos del fuego que brilla en el salón .

El fino angora blanco junto a ella se reclina,
rozando con su pico la falda de Alençón,
no lejos de las jarras de porcelana china
que medio oculta un biombo de seda del Japón.

Con sus sutiles filtros la invade un dulce sueño;
entro, sin hacer ruido; dejo mi abrigo gris;
voy a besar su rostro rosado y halagüeño

como una rosa roja que fuera flor de lis;
abre los ojos; mírame con su mirar risueño
y en tanto cae la nieve del cielo de París.
 

 


 

Divina Psiquis, dulce mariposa invisible...

¡Divina Psiquis, dulce mariposa invisible
que desde los abismos has venido a ser todo
lo que en mi ser nervioso y en mi cuerpo sensible
forma la chispa sacra de la estatua de lodo!

Te asomas por mis ojos a la luz de la tierra
y prisionera vives en mí de extraño deseo;
te reducen a esclava mis sentidos en guerra
y apenas vagas libre por el jardín del sueño.

Sabia de la Lujuria que sabe antiguas ciencias,
te sacudes a veces entre imposibles muros,
y más allá de todas la vulgares conciencias
exploras los recodos más terribles y obscuros.

Y encuentras sombra y duelo. Que sombra y duelo encuentres
bajo la viña en donde nace el vino del Diablo.
Te posas en los senos, te posas en los vientres
que hicieron a Juan loco e hicieron cuerdo a Pablo.

A Juan virgen y a Pablo militar y violento,
a Juan que nunca supo del supremo contacto;
a Pablo el tempestuoso que halló a Cristo en el viento,
y a Juan ante quien Hugo se queda estupefacto.

Entre la catedral y las ruinas paganas
vuelas, ¡oh Psiquis, oh alma mía!
-como decía
aquel celeste Edgardo,
que entró en el paraíso entre un son de campanas
y un perfume de nardo-,
entre la catedral
y las paganas ruinas
repartes tus dos alas de cristal,
tus dos alas divinas.
Y de la flor
que el ruiseñor
canta en su griego antiguo, de la rosa,
vuelas, ¡oh, Mariposa!,
a posarte en un clavo de nuestro Señor.

 

 

En el kiosco bien oliente...

En el kiosco bien oliente
besé tanto a mi odalisca
en los ojos, en la frente,
y en la boca y las mejillas,
que los besos que la he dado
devolverme no podría
ni con todos los que guarda
la avarienta de la niña
en el fino y bello estuche
de su boca purpurina.

 

 

Era un aire suave de pausados giros...

Era un aire suave de pausados giros;
el hada Harmonía, ritmaba sus vuelos,
e iban frases vagas y tenues suspiros
entre los sollozos y los violoncelos.

Sobre la terraza, junto a los ramajes,
diríase un trémolo de liras eolias,
cuando acariciaban los sedosos trajes
sobre el talle erguidas, las blancas magnolias.

La marquesa Eulalia, risas y desvíos
daba a un tiempo mismo para dos rivales:
el vizconde rubio de los desafíos
y el abate joven de los madrigales.

Cerca, coronado por hojas de viña,
reía en su máscara Término barbudo,
y como un efebo que fuese una niña
mostraba una Diana su mármol desnudo.

Y bajo un boscaje del amor palestra,
sobre un rico zócalo al modo de Jonia,
con un candelabro prendido en la diestra
volaba el Mercurio de Juan de Bolonia.

La orquesta perlaba sus mágicas notas;
un coro de sones alados se oía;
galantes pavanas, fugaces gavotas,
cantaban los dulces violines de Hungría.

Al oír las quejas de sus caballeros,
ríe, ríe, ríe la divina Eulalia,
pues son su tesoro las flechas de Eros,
el cinto de Cipria, la rueca de Onfalia.

¡Ay de quien sus mieles y frases recoja!
¡Ay de quien del canto de su amor se fíe!
Con sus ojos lindos y su boca roja,
la divina Eulalia, ríe, ríe, ríe.

Tiene azules ojos, es maligna y bella;
cuando mira, vierte viva luz extraña;
se asoma a sus húmedas pupilas de estrella
el alma del rubio cristal de Champaña.

Es noche de fiesta y el baile de trajes
ostenta su gloria de triunfos mundanos.
La divina Eulalia, vestida de encaje,
una flor destroza con sus blancas manos.

El teclado armónico de su risa fina
a la alegre música de un pájaro iguala.
Con los staccati de una bailarina
v las locas fugas de una colegiala.

¡Amoroso pájaro que trinos exhala
bajo el ala a veces ocultando el pico.
que desdenes rudos lanza bajo el ala,
bajo el ala aleve del leve abanico!

Cuando a media noche sus notas arranque
y en arpegios áureos gima Filomela,
y el ebúrneo cisne, sobre el quieto estanque,
como blanca góndola imprima su estela,

la marquesa alegre llegará al boscaje,
boscaje que cubre la amable glorieta
donde han de estrecharla los brazos de un paje
que siendo su paje será su poeta.

Al compás de un canto de artista de Italia
que en la brisa errante la orquesta deslíe,
junto a los rivales, la divina Eulalia,
la divina Eulalia, ríe, ríe, ríe.

¿ Fue acaso en el tiempo del rey Luis de Francia,
sol con corte de astros en campos de azur,
cuando los alcázares llenó de fragancia
la regia y pomposa rosa Pompadour?

¿Fue cuando la bella su falda cogía,
con dedos de ninfa, bailando el minué,
y de los compases el ritmo seguía,
sobre el tacón rojo lindo y leve el pie?

¿O cuando pastoras de floridos valles
ornaban con cintas sus albos corderos
y oían, divinas Tirsis de Versalles,
las declaraciones de sus caballeros?

¿Fue en ese buen tiempo de duques pastores,
de amantes princesas y tiernos galanes,
cuando entre sonrisas y perlas y flores
iban las casacas de los chambelanes?

¿Fué acaso en el norte o en el mediodía?
Yo el tiempo y el día y el país ignoro;
pero sé que Eulalia ríe todavía
¡y es cruel y eterna su risa de oro!

 

 

Franca, cristalina...

Franca, cristalina,
alma sororal,
entre la neblina
de mi dolor y de mi mal!
Alma pura,
alma franca,
alma obscura
y tan blanca...
Sé conmigo
un amigo,
sé lo que debes ser,
lo que Dios te propuso,
la ternura y el huso,
con el grano de trigo
y la copa de vino,
y el arrullo sincero
y el trino,
a la hora y a tiempo.
¡A la hora del alba y de la tarde,
al despertar y del soñar y el beso!

Alma sororal y obscura,
con tus cantos de España,
que te juntas a mi vida
rara,
y a mi soñar difuso,
y a mi soberbia lira,
con tu rueca y tu huso,
ante mi bella mentira,
ante Verlaine y Hugo,
¡tú que vienes
de campos remotos y ocultos!

 

 

Francisca, sé suave...

Francisca, sé suave,
es tu dulce deber;
sé para mí un ave
que fuera una mujer.

Francisca, sé una flor
y mi vida perfuma,
hecha toda de amor
y de dolor y espuma.

Francisca, sé un ungüento
como mi pensamiento;
Francisca, sé una flor
cual mi sutil amor;
Francisca, sé mujer,
como se debe ser...

Saber amar y sentir
y admirar como rezar...
y la ciencia del vivir
y la virtud de esperar.

 

 

Ite,  missa est

                                                   A Reynaldo de Rafael

Yo adoro a una sonámbula con alma de Eloísa,
virgen como la nieve y honda como la mar;
su espíritu es la hostia de mi amorosa misa,
y alzo al son de una dulce lira crepuscular.

Ojos de evocadora, gesto de profetisa,
en ella hay la sagrada frecuencia del altar;
su risa es la sonrisa suave de Monna Lisa,
sus labios son los únicos labios para besar.

Y he de besarla un día con rojo beso ardiente;
apoyada en mi brazo como convaleciente,
me mirará asombrada con íntimo pavor;
l
a enamorada esfinge quedará estupefacta,
apagaré la llama de la vestal intacta,
¡y la faunesa antigua me rugirá de amor!

 

 

La bailarina de los pies desnudos

Iba, en un paso rítmico y felino
a avances dulces, ágiles o rudos,
con algo de animal y de divino
la bailarina de los pies desnudos.

Su falda era la falda de las rosas,
en sus pechos había dos escudos…
Constelada de casos y de cosas…
La bailarina de los pies desnudos.

Bajaban mil deleites de los senos
hacia la perla hundida del ombligo,
e iniciaban propósitos obscenos
azúcares de fresa y miel de higo.

A un lado de la silla gestatoria
estaban mis bufones y mis mudos…
¡Y era toda Selene y Anactoria
la bailarina de los pies desnudos!

 


 

La cabeza de Rawí

I
¿Cuentos quieres, niña bella?
Tengo mucho que contar:
de una sirena del mar,
de un ruiseñor y una estrella,
de una cándida doncella
que robó un encantador,
de un gallardo trovador
y de una odalisca mora,
con sus perlas de Bassora
y sus chales de Labor.

II
Cuentos dulces, cuentos bravos,
de damas y caballeros,
de cantores y guerreros,
de señores y de esclavos;
de bosques escandinavos
y alcázares de cristal;
cuentos de dicha inmortal,
divinos cuentos de amores
que reviste de colores
la fantasía oriental.

III
Dime tú ¿de cuáles quieres?
Dicen gentes muy formales
que los cuentos orientales
les gustan a las mujeres;
así, pues, si ésos prefieres
verás colmado tu afán,
pues sé un cuento musulmán
que sobre un amante versa,
y me lo ha contado un persa
que ha venido de Hispahán.

IV
Enfermo del corazón
un gran monarca de Oriente,
congregó inmediatamente
los sabios de su nación;
cada cual dio su opinión,
y sin hallar la verdad
en medio de su ansiedad,
acordaron en consejo
llamar con presura a un viejo
astrólogo de Bagdad.

V
Emprendió viaje el anciano;
llegó, miró las estrellas;
supo conocer en ellas
la cuita del soberano;
y adivinando el arcano
como viejo sabedor,
entre el inmenso estupor
de la cortesana grey,
le dijo al monarca: «!Oh Rey!
Te estás muriendo de amor.»

VI
Luego, el altivo monarca,
con órdenes imperiosas
llama a todas las hermosas
mujeres de la comarca
que su poderío abarca;
y ante el viejo de Bagdad,
escoge su voluntad
de tanta hermosura en medio,
la que deba ser remedio
que cure su enfermedad.

VII
Allí ojos negros y vivos;
bocas de morir al verlas,
con unos hilos de perlas
en rojo coral cautivos;
allí rostros expresivos,
allí como una áurea lluvia
una cabellera rubia;
allí el ardor y la gracia,
y las siervas de Circasia
con las esclavas de Nubia.

VIII
Unas bellas adornadas
con diademas en las frentes,
con riquísimas pendientes
y valiosas arracadas;
otras con telas preciadas
cubriendo su morbidez;
y otras de marmórea tez,
bajas las frentes, y mudas,
completamente desnudas
en toda su esplendidez.

IX
En tan preciosa revista,
ve el Rey una linda persa
de ojos bellos y piel tersa,
que al verle baja la vista;
el alma del Rey conquista
con su semblante la hermosa;
y agitada y ruborosa
tiembla llena de temor
cuando el altivo Señor
le dice: «Serás mi esposa.»

X
Así fue. La joven bella
de tez blanca y negros ojos,
colmó los reales antojos
y el Rey se casó con ella.
¿Feliz dirás, tal estrella,
Emelina? No fue así:
no es feliz la Reina allí
la linda persa agraciada,
porque ella está enamorada
de Balzarad el Rawí.

XI
Balzarad tiene en verdad
una guzla en la garganta,
guzla dúlcida que encanta
cuando canta Balzarad;
viole un día la beldad
y oyó cantar al Rawí;
de sus labios de rubí
brotó un suspiró temblante...
Y Balzarad fué el amante
de la celestial hurí.

XII
Por eso es que triste se halla
siendo del monarca esposa
y el tiempo pasa quejosa
en una interior batalla.
Del Rey la cólera estalla
y así le dice una vez:
«Mujer llena de doblez:
di si amas a otro, falaz.»
Y entonces de ella en la faz
surgió vaga palidez.

XIII
«Sí», le dijo, «es la verdad;
de mi destino es la ley:
yo no puedo amarte ¡Oh Rey!
porque adoro a Balzarad.»
El Rey, en la intensidad,
de su ira, entonces, calló;
mudo, la espalda volvió;
mas se vía en su mirada
del odio la llamarada,
la venganza en que pensó.

XIV
Al otro día la hermosa
de parte de él recibió
una caja que la envió
de filigrana preciosa;
abriola presto curiosa
y lanzó, fuera de sí,
un grito; que estaba allí
entre la caja guardada,
lívida y ensangrentada
la cabeza del Rawí.

XV
En medio de su locura
y en lo horrible de su suerte,
avariciosa de muerte
ponzoñoso filtro apura.
Fue el Rey donde la hermosura:
y estaba allí la beldad
fría y siniestra, en verdad;
medio desnuda y ya muerta,
besando la horrible y yerta
cabeza de Balzarad.

XVI
El Rey se puso a pensar
en lo que la pasión es;
y poco tiempo después
el Rey se volvió a enfermar.

 

 

Leda

El cisne en la sombra parece de nieve;
su pico es de ámbar, del alba al trasluz;
el suave crepúsculo que pasa tan breve
las cándidas alas sonrosa de luz.

Y luego, en las ondas del lago azulado,
después que la aurora perdió su arrebol,
las alas tendidas y el cuello enarcado,
el cisne es de plata, bañado de sol.

Tal es, cuando esponja las plumas de seda,
olímpico pájaro herido de amor,
y viola en las linfas sonoras a Leda,
buscando su pico los labios en flor.

Suspira la bella desnuda y vencida,
y en tanto que al aire sus quejas se van,
del fondo verdoso de fronda tupida
chispean turbados los ojos de Pan.


 

Margarita

                                                                     In memoriam

Recuerdas que querías ser una Margarita
Gautier? Fijo en mi mente tu extraño rostro está,
cuando cenamos juntos, en la primera cita,
en una noche alegre que nunca volverá

Tus labios escarlatas de púrpura maldita
sorbían el champaña del fino baccarat;
tus dedos deshojaban la blanca margarita:
«Si... no..: si... no...» ¡y sabías que te adoraba ya!

Después, ¡oh flor de Histeria!, llorabas y reías;
tus besos y tus lágrimas tuve en mi boca yo;
tus risas, tus fragancias, tus quejas eran mías.

Y en una tarde triste de los más dulces dias,
la Muerte, la celosa, por ver si me querías,
¡como a una margarita de amor te deshojó!

 

 

Metempsicosis

Yo fui un soldado que durmió en el lecho
de Cleopatra la reina. Su blancura
y su mirada astral y omnipotente.
     Eso fue todo.

¡Oh mirada! ¡oh blancura! y oh, aquel lecho
en que estaba radiante la blancura!
¡Oh, la rosa marmórea omnipotente!
     Eso fue todo.

Y crujió su espinazo por mi brazo;
y yo, liberto, hice olvidar a Antonio.
(¡Oh el lecho y la mirada y la blancura!)
     Eso fue todo.

Yo, Rufo Galo, fui soldado y sangre
tuve de Galia, y la imperial becerra
me dio un minuto audaz de su capricho.
     Eso fue todo.

¿Por qué en aquel espasmo las tenazas
de mis dedos de bronce no apretaron
el cuello de la blanca reina en broma?
     Eso fue todo.

Yo fui llevado a Egipto. La cadena
tuve al pescuezo. Fui comido un día
por los perros. Mi nombre, Rufo Galo.
     Eso fue todo.
 

 

 

Mía

Mía: así te llamas.
¿Qué más armonía?
Mía: luz del día;
mía: rosas, llamas.

¡Qué aroma derramas
en el alma mía
si sé que me amas!
¡Oh Mía! ¡Oh Mía!

Tu sexo fundiste
con mi sexo fuerte,
fundiendo dos bronces.

Yo triste, tú triste…
¿No has de ser entonces
mía hasta la muerte?

 


 

Nocturno

Quiero expresar mi angustia en versos que abolida
dirán mi juventud de rosas y de ensueños,
y la desfloración amarga de mi vida
por un vasto dolor y cuidados pequeños.

Y el viaje a un vago Oriente por entrevistos barcos,
y el grano de oraciones que floreció en blasfemias,
y los azoramientos del cisne entre los charcos,
y el falso azul nocturno de inquerida bohemia.

Lejano clavicordio que en silencio y olvido
no diste nunca al sueño la sublime sonata,
huérfano esquife, árbol insigne, oscuro nido
que suavizó la noche de dulzura de plata...

Esperanza olorosa a hierbas frescas, trino
del ruiseñor primaveral y matinal,
azucena tronchada por un fatal destino,
rebusca de la dicha, persecución del mal...

El ánfora funesta del divino veneno
que ha de hacer por la vida la tortura interior;
la conciencia espantable de nuestro humano cieno
y el horror de sentirse pasajero, el horror

de ir a tientas, en intermitentes espantos,
hacia lo inevitable desconocido, y la
pesadilla brutal de este dormir de llantos
¡de la cual no hay más que Ella que nos despertará!

 

 

¡Oh mi adorada niña!

¡Oh mi adorada niña!
Te diré la verdad:
tus ojos me parecen
brasas tras un cristal;
tus rizos, negro luto,
y tu boca sin par,
la ensangrentada huella
del filo de un puñal.

 

 

Palabras de la Satiresa

Un día oí una risa bajo la fronda espesa,
vi frotar de lo verde dos manzanas lozanas;
erectos senos eran las lozanas manzanas
del busto que bruñía de sol la Satiresa:

Era un Satiresa de mis fiestas paganas,
que hace brotar clavel o rosa cuando besa;
y furiosa y riente y que abrasa y que mesa,
con los labios manchados por las moras tempranas.

"Tú que fuiste -me dijo- un antiguo argonauta,
alma que el sol sonrosa y que la mar zafira,
sabe que está el secreto de todo ritmo y pausa

en unir carne y alma a la esfera que gira,
y amando a Pan y Apolo en la lira y la flauta,
ser en la flauta Pan, como Apolo en la lira".

 

 

Primaveral

Mes de rosas. Van mis rimas
en ronda, a la vasta selva,
a recoger miel y aromas
en las flores entreabiertas.
Amada, ven. El gran bosque
es nuestro templo; allí ondea
y flota un santo perfume
de amor. El pájaro vuela
de un árbol a otro y saluda
tu frente rosada y bella
como a un alba; y las encinas
robustas, altas, soberbias,
cuando tú pasas agitan
de los himnos de esa lengua
sus hojas verdes y trémulas,
y enarcan sus ramas como
para que pase una reina.
¡Oh, amada míaI Es el dulce
tiempo de la primavera.
Mira en tus ojos los míos;
da al viento la cabellera,
y que bañe el sol ese aro
de luz salvaje y espléndida.
Dame que aprieten mis manos
las tuyas de rosa y seda,
y ría, y muestren tus labios
su púrpura húmeda y fresca.
Yo voy a decirte rimas,
tú vas a escuchar risueña;
si acaso algún ruiseñor
viniese a posarse cerca
y a contar alguna historia
de ninfas, rosas y estrellas,
tú no oirás notas ni trinos,
sino, enamorada y regia,
escucharás mis canciones
fija en mis labios que tiemblan.
¡Oh, ama mía! Es el dulce
tiempo de la primavera.
Allá hay una clara fuente
que brota de una caverna,
donde se bañan desnudas
las blancas ninfas que juegan.
Ríen al son de la espuma,
hienden la linfa serena;
entre polvo cristalino
esponjan sus cabelleras;
y saben himnos de amores
en hermosa lengua griega,
que en glorioso tiempo antiguo
Pan inventó en las florestas.
Amada, pondré en mis rimas
la palabra más soberbia
de la frase de los versos
de los himnos de la lengua;
y te diré esa palabra
empapada en miel hiblea...
¡Oh, amada mía! Es el dulce
tiempo de la primavera.
Van en sus grupos vibrantes
revolando las abejas
como un áureo torbellino
que la blanca luz alegra;
y sobre el agua sonora
pasan radiantes, ligeras,
con sus alas cristalinas
las irisadas libélulas.
Oye: canta la cigarra
porque ama al sol, que en la selva
su polvo de oro tamiza,
entre las hojas espesas.
Su aliento nos da en un soplo
fecundo la madre tierra,
con el alma de los cálices
y el aroma de las yerbas.
¿Ves aquel nido? Hay un ave.
Son dos: el macho y la hembra.
Ella tiene el buche blanco,
él tiene las plumas negras.
En la garganta el gorjeo,
las alas blancas y trémulas;
y los picos que se chocan
como labios que se besan.
El nido es cántico. El ave
incuba el trino, ¡oh, poetas!,
de la lira universal
el ave pulsa una cuerda.
Bendito el calor sagrado
que hizo reventar las yemas.
¡Oh, amada mía! Es el dulce
tiempo de la primavera.
Mi dulce musa Delicia
me trajo un ánfora griega
cincelada en alabastro,
de vino de Naxos llena;
y una hermosa copa de oro,
la base henchida de perlas,
para que bebiese el vino
que es propicio a los poetas.
En el ánfora está Diana,
real, orgullosa, esbelta,
con su desnudez divina
y en actitud cinegética.
Y en la copa luminosa
está Venus Citerea
tendida cerca de Adonis
que sus caricias desdeña.
No quiere el vino de Naxos
ni el ánfora de asas bellas,
ni la copa donde Cipria
al gallardo Adonis ruega.
Quiero beber del amor
sólo en tu boca bermeja.
¡Oh, amada míaI Es el dulce
tiempo de la primavera.

 

 

Que el amor no admite cuerdas reflexiones

Señora, el Amor es violento,
y cuando nos transfigura
nos enciende el pensamiento
la locura.

No pidas paz a mis brazos
que a los tuyos tienen presos:
son de guerra mis abrazos
y son de incendio mis besos;
y sería vano intento
el tornar mi mente obscura
si me enciende el pensamiento
la locura.

Clara está la mente mía
de llamas de amor, señora,
como la tienda del día
o el palacio de la aurora.

Y al perfume de tu ungüento
te persigue mi ventura,
y me enciende el pensamiento
la locura.

Mi gozo tu paladar
rico panal conceptúa,
como en el santo Cantar:
Mel et lac sub lingua tua.
La delicia de tu aliento
en tan divino vaso apura,
y me enciende el pensamiento
la locura.
 

 

 

¿Que por qué así? No es muy dulce...

¿Que por qué así? No es muy dulce
la palabra, lo confieso.
Mas, de esa extraña amargura
la explicación está en esto:
después de llorar mis lágrimas
ásperas como el ajenjo,
me alborotó el corazón
la tempestad de mis nervios.
Siguió la risa al gemido,
y a la iracundia el bostezo,
y a la palabra el insulto,
y a la mirada el incendio;
por la puerta de la boca
lanzó su llama el cerebro,
y en aquella noche oscura
y en aquel fondo tan negro,
con la tempestad del alma
relampagueó el pensamiento
y les salieron espinas
a las flores de mis versos.

 

 

Sobre el diván

Sobre el diván dejé la mandolina
y fui a besar la boca purpurina,
la boca de mi hermosa Florentina.

Y es ella dulce y rosa y muerde y besa;
y es una boca rosa, fresa;
y Amor no ha visto boca como esa.

Sangre, rubí, coral, carmín, claveles,
hay en sus labios finos y crueles,
pimientas fuertes, aromadas mieles.

Los dientes blancos riman como versos,
y saben esos finos dientes tersos,
mordiscos caprichosos y perversos.

 

 

Sonatina

La princesa está triste... ¿qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave de oro;
y en un vaso olvidado se desmaya una flor.

El jardín puebla el triunfo de los pavos-reales.
Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
y, vestido de rojo, piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por el cielo de Oriente
la libélula vaga de una vaga ilusión.

¿Piensa acaso en el príncipe del Golconsa o de China,
o en el que ha detenido su carroza argentina
para ver de sus ojos la dulzura de luz?
¿O en el rey de las Islas de las Rosas fragantes,
o en el que es soberano de los claros diamantes,
o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?

¡Ay! La pobre princesa de la boca de rosa
quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener alas ligeras, bajo el cielo volar,
ir al sol por la escala luminosa de un rayo,
saludar a los lirios con los versos de mayo,
o perderse en el viento sobre el trueno del mar.

Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,
ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,
ni los cisnes unánimes en el lago de azur.
Y están tristes las flores por la flor de la corte;
los jazmines de Oriente, los nulumbos del Norte,
de Occidente las dalias y las rosas del Sur.

¡Pobrecita princesa de los ojos azules!
Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
en la jaula de mármol del palacio real,
el palacio soberbio que vigilan los guardas,
que custodian cien negros con sus cien alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.

¡Oh quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!
La princesa está triste. La princesa está pálida...
¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!
¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe
La princesa está pálida. La princesa está triste...
más brillante que el alba, más hermoso que abril!

¡Calla, calla, princesa dice el hada madrina,
en caballo con alas, hacia acá se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte ,
a encenderte los labios con su beso de amor!

 

 

Tú eres mío, tú eres mía

Niña hermosa que me humillas
con tus ojos grandes, bellos:
son para ellos, son para ellos
estas suaves redondillas.

Son dos soles, son dos llamas,
son la luz del claro día;
son su fuego, niña mía,
los corazones inflamas.

Y autores contemporáneos
dicen que hay ojos que prenden
ciertos chispazos que encienden
pistolas que rompen cráneos.

De "Abrojos" xxxv

 

 

Venus

En la tranquila noche, mis nostalgias amargas sufría.
En busca de quietud, bajé al fresco y callado jardín.
En el oscuro cielo, Venus bella temblando lucía,
como incrustado en ébano un dorado y divino jazmín.

A mi alma enamorada, una reina oriental parecía,
que esperaba a su amante, bajo el techo de su camarín,
o que, llevada en hombros, la profunda extensión recorría,
triunfante y luminosa, recostada sobre un palanquín.

«¡Oh reina rubia!  -dije-, mi alma quiere dejar su crisálida
y volar hacia ti, y tus labios de fuego besar;
y flotar en el nimbo que derrama en tu frente luz pálida,

y en siderales éxtasis no dejarte un momento de amar.»
El aire de la noche, refrescaba la atmósfera cálida.
Venus, desde el abismo, me miraba con triste mirar.

 

 

Voy a confiarte, amada...

Voy a confiarte, amada,
uno de los secretos
que más me martirizan. Es el caso
que a las veces mi ceño
tiene en un punto mismo
de cólera y esplín los fruncimientos.
O callo como un mudo,
o charlo como un necio,
suplicando el discurso
de burlas, carcajadas y dicterios.
¿Que me miran? Agravio.
¿Me han hablado? Zahiero.
Medio loco de atar, medio sonámbulo,
con mi poco de cuerdo.
¡Cómo bailan en ronda y remolino,
por las cuatro paredes del cerebro
repicando a compás sus consonantes,
mil endiablados versos
que imitan, en sus cláusulas y ritmos,
las músicas macabras de los muertos!
¡Y cómo se atropellan,
para saltar a un tiempo,
las estrofas sombrías,
de vocablos sangrientos,
que me suele enseñar la musa pálida,
la triste musa de los días negros!
Yo soy así. ¡Qué se hace! ¡Boberías
de soñador neurótico y enfermo!
¿Quieres saber acaso
la causa del misterio?
Una estatua de carne
me envenenó al vida con sus besos.
Y tenía tus labios, lindos, rojos
y tenía tus ojos, grandes, bellos...

 

 

Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo...

Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo,
botón de pensamiento que busca ser la rosa;
se anuncia con un beso que en mis labios se posa
al abrazo imposible de la Venus de Milo.

Adornan verdes palmas el blanco peristilo;
los astros me han predicho la visión de la Diosa;
y en mi alma reposa la luz, como reposa
el ave de la luna sobre un lago tranquilo.

Y no hallo sino la palabra que huye,
la iniciación melódica que de la flauta fluye
y la barca del sueño que en el espacio boga;

y bajo la ventana de mi Bella-Durmiente,
el sollozo continuo del chorro de la fuente
y el cuello del gran cisne blanco que me interroga.

 

 

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