Amor a una mañana

Bajo lluvia de fuego

Beato sillón

Del transcurso           

El pan nuestro

Estatua ecuestre

Los jardines

Más verdad

Muerte a lo lejos 

Muerte de unos zapatos

Pasa el tiempo...

Perfección  

Primavera delgada

Unos caballos...

Vida cotidiana

Virtud

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Amor a una mañana

Mañana, mañana clara:
¡si fuese yo quien te amara!
Paso a paso en tu ribera,
yo seré quien más te quiera.

Hacia toda tu hermosura
mi palabra se apresura.
Henos sobre nuestra senda.
Déjame que yo te entienda.

¡Hermosura delicada
junto al filo de la nada!
Huele a mundo verdadero
la flor azul del romero.

¿De tal lejanía es dueña
la malva sobre la peña?
Vibra sin cesar el grillo
A su Paciencia me humillo.

¡Cuánto gozo a la flor deja
Preciosamente la abeja!
Y se zambulle, se obstina
la abeja. ¡Calor de mina!

El grillo ahora acelera
su canto. ¿Más Primavera?
Se pierde quien se lo pierde.
¡Qué mío el campo tan verde!

Cielo insondable a la vista:
amor es quien te conquista.
¿No merezco tal mañana?
Mi corazón se la gana.

Claridad, potencia suma:
mi alma en ti se consuma.

 

 

Bajo lluvia de fuego

Jamás cesó ni ha de cesar la lluvia
que es fuego material para martirio
del alma y de la carne rediviva.
Los pies del condenado nunca cesan
de avanzar por su circulo arenoso
con movimiento que ha de ser eterno,
eterno en sucesiones temporales
de persistencia siempre tan monótona
como si fuese un tedio aún terrestre.
Los condenados, mientras, descomponen
su eternidad en ademanes, gritos.
Tal pormenor alivia el inflexible
retorno: seca noria que no mueve
ya nada, nada, nada, nada, nada.
¿Lograrán conocerse aquellos hombres,
diferenciarse con fisonomías?
¿Sabrán que aquel antiguo, tan ilustre,
es Brunetto Latini? Cae la lluvia,
quema, se queman cuerpos y memorias,
que resisten, persisten.

                                      Un reciente
fogueado -reciente en aquel tiempo
sin fechas, sin mudanzas, sin historia-
trae su novedad al territorio
del ardor. Le pregunta el compañero
que con él va avanzando. Sin pararse
responde, se descarga. -Me es difícil
hablar así. Me figuré en la Tierra
que la vida era sólo mero objeto
de mi desdén, muy superior al mundo.
Yo me creía preferible a todo,
a todos, menos... Tú ya me comprendes.
Somos iguales en instinto y gusto
los acampados, ay, sobre esta arena.
¿Dónde están Coridón, Alexis, tantos
perfiles juveniles de hermosura?
Pequé. Pecamos. Yo no me arrepiento.
(Y la lluvia arreciaba, sofocaba,
y dolían quemándose los brazos,
el rostro. Continuó.) Tal vez ahora
principio a ver con claridad mis límites,
y no de mi conducta, placentera,
sí de mis opiniones, falsas.
                  
                                    -¿Falsas?
(El otro interrumpió, casi irritado.)
-¿Qué supimos nosotros de la vida,
de su impulso esencial, de su profunda
fluencia ? Ignoramos el gran acto
creador, que a sí mismo se trasciende.
Nada supimos de la criatura:
como la realidad más invasora
se impone a los viriles más viriles.
Creímos que esos vínculos de sangre
no eran sino ridículas y débiles
flaquezas de burgués. También el toro,
no has olvidado su esplendor, se afirma:
móvil paterno. -¿Todos (dijo el otro)
habíamos de ser fecundos? Para
ciertos hombres es senda inconcebible.
-No entendimos el río bajo el sol,
y quedamos al margen, en la sombra
más exquisita, como estetas -dicen-
adictos a la imagen más que al bulto
real, por eso descalificado.
-¿Fuiste sin duda artista?

                          -Melancólico,
perdido en los paseos laterales
de mi jardín, y siempre disconforme
con orgullo que ahora se revela,
a esta distancia, vano. Siempre somos,
y con todo candor, adolescentes,
Onán multiplicado por Narciso.
!Si se pudiese ahondar esa tercera
dimensión del espejo: yo más yo!
El otro, juvenil, es uno mismo.
-¿Y te quejas? -De nada me arrepiento.
El placer y el dolor nos conducían
a la muerte. -Nos deleitó ese curso
de efusiones : una cruel delicia
con alusión a sangre derramada.
-San Sebastián, el bello adolescente
bajo flechas. -Por eso (dijo el otro)
se goza aquí también entre las llamas.
Los compañeros sufren: espectáculo
para auditorio cómplice en tortura.
-No miro a los demás. Es una pena
que no concluye nunca. No la entiendo.
-Ni tú ni nadie. Nuestra eternidad
de aflicción es congoja de la mente,
ay, quizá la mayor sobre esta arena.

Y callaron los dos. Los condenados
seguían presurosos y sin fines
bajo flechas : las flechas de una lluvia
que jamás cesaría. ¿Fuego absurdo?
Iban los pecadores avanzando
con desesperación ante el enigma.
-¿Y para qué, para qué, para qué?

 

 

Beato sillón

¡Beato sillón! La casa
corrobora su presencia
con la vaga intermitencia
de su invocación en masa
a la memoria. No pasa
nada. Los ojos no ven,
saben. El mundo está bien
hecho. El instante lo exalta
a marea, de tan alta,
de tan alta, sin vaivén.

 

 

Del transcurso

Miro hacia atrás, hacia los años, lejos,
Y se me ahonda tanta perspectiva
Que del confín apenas sigue viva
La vaga imagen sobre mis espejos.

Aun vuelan, sin embargo, los vencejos
En torno de unas torres, y allá arriba
Persiste mi niñez contemplativa.
Ya son buen vino mis viñedos viejos.

Fortuna adversa o próspera no auguro.
Por ahora me ahínco en mi presente,
Y aunque sé lo que sé, mi afán no taso.

Ante los ojos, mientras, el futuro
Se me adelgaza delicadamente,
Más difícil, más frágil, más escaso.


 

El pan nuestro

Hacia un posible mas allá del caos
van los días del hombre valeroso,
y emergiendo de brumas y de vahos
sueñan, inventan en tensión de coso.

El tiempo se enriquece, se desgasta,
y entre azar y desorden indomable
la mejor invención será nefasta,
y el loco será entonces quien mas hable.

Mientras, la realidad sin voz desea
ser en concierto perspectiva humana.
Si se logra ese quid, hasta la fea
visión da aire de triunfo a la mañana.

Aquí mismo, aquí mismo está el objeto
de la aventura extraordinaria. Salgo
de mí, conozco por amor, completo
mi pasaje mortal. Vivir ya es algo.

Una fuente incesante de energía
fundamenta el suceso: cada hora.
Prodigio es este pan de cada día.
Luz humana a mis ojos enamora.

 

 

Estatua ecuestre

Permanece el trote aquí,
entre su arranque y mi mano.
Bien ceñida queda así
su intención de ser lejano.
Porque voy en un corcel
a la maravilla fiel:
inmóvil con todo brío.
¡Y a fuerza de cuánta calma
tengo en bronce toda el alma,
clara en el cielo del frío!

 

 

Los jardines

Tiempo en profundidad: está en jardines.
Mira cómo se posa. Ya se ahonda.
Ya es tuyo su interior. ¡Qué transparencia
de muchas tardes, para siempre juntas!
Sí, tu niñez, ya fábula de fuentes.

 

 

Más verdad

Sí, más verdad,
objeto de mi gana.
Jamás, jamás engaños escogidos.

¿Yo escojo? Yo recojo
la verdad impaciente,
esa verdad que espera a mi palabra.

¿Cumbre? Sí, cumbre
dulcemente continua hasta los valles:
un rugoso relieve entre relieves.
Todo me asombra junto.

Y la verdad
hacia mí se abalanza, me atropella.

Más sol,
venga ese mundo soleado,
superior al deseo
del fuerte,
venga más sol feroz.

¡Más, más verdad!

 

 

Muerte a lo lejos

Alguna vez me angustia una certeza,
y ante mí se estremece mi futuro.
Acechándolo está de pronto un muro
del arrabal final en que tropieza

La luz del campo. ¿Mas habrá tristeza
si la desnuda el sol?. No, no hay apuro
todavía. Lo urgente es el maduro
fruto. La mano ya lo descorteza.

... Y un día entre los días el más triste
será. Tenderse deberá la mano
sin afán. Y acatando el inminente

poder diré sin lágrimas: embiste,
justa fatalidad. El muro cano
va a imponerme su ley, no su accidente.

 

 

Muerte de unos zapatos

¡Se me mueren! Han vivido
con fidelidad: cristianos
servidores que se honran
y disfrutan ayudando,
complaciendo a su señor,
un caminante cansado,
a punto de preferir
la quietud de pies y ánimo.
Saben estas suelas. Saben
de andaduras palmo a palmo,
de intemperies descarriadas
entre barros y guijarros...
Languidece en este cuero
triste su matiz, antaño
con sencillez el primor
de algún día engalanado
Todo me anuncia una ruina
que se me escapa. Quebranto
mortal corroe el decoro.
Huyen. ¡Espectros-zapatos!

 

 

Pasa el tiempo y suspiro porque paso...

Pasa el tiempo y suspiro porque paso,
aunque yo quede en mí, que sabe y cuenta,
y no con el reloj, su marcha lenta
nunca es la mía bajo el cielo raso.

Calculo, sé, suspiro, no soy caso
de excepción y a esta altura, los setenta,
mi afán del día no se desalienta,
a pesar de ser frágil lo que amaso.

Ay, Dios mío, me sé mortal de veras.
Pero mortalidad no es el instante
que al fin me privará de mi corriente.

Estas horas no son las postrimeras,
y mientras haya vida por delante,
serás mis sucesiones de viviente.

 

 

Perfección

Queda curvo el firmamento,
compacto azul, sobre el día.
Es el redondamiento
del esplendor: mediodía.
Todo es cúpula. Reposa,
central sin querer, la rosa,
a un sol en cenit sujeta.
Y tanto se da el presente
que el pie caminante siente
la integridad del planeta.

 

 

Primavera delgada

Cuando el espacio, sin perfil, resume
con una nube
su vasta indecisión a la deriva...
¿Dónde la orilla?
Mientras el río con el rumbo en curva
se perpetúa
buscando sesgo a sesgo, dibujante,
su desenlace,
mientras el agua, duramente verde,
niega sus peces
bajo el profundo equívoco reflejo
de un aire trémulo...
Cuando conduce la mañana, lentas,
sus alamedas
gracias a las estrellas vibradoras
entre las frondas,
a favor del avance sinuoso
que pone en coro
la ondulación suavísima del cielo
sobre su viento
con el curso tan ágil de las pompas,
que agudas bogan...
¡Primavera delgada entre los remos
de los barqueros!

 

 

Unos cabellos...

Pelados, tristemente naturales,
en inmovilidad de largas crines
desgarbadas, sumisos a confines
abalanzados por los herbazales,
unos caballos hay. No dan señales
de asombro, pero van creciendo afines
a la hierba. Ni bridas ni trajines.
Se atienen a su paz: son vegetales.
Tanta acción de un destino acaba en alma.
Velan soñando sombras las pupilas,
y asisten, contribuyen a la calma
de los cielos -si a todo ser cercanos,
al cuadrúpedo ocultos- las tranquilas
orejas. Ahí están: ya sobrehumanos.

 

 

Vida cotidiana

¡Vida sin cesar cotidiana!
Así lo eres por fortuna,
y entre un renacer y un morir
día a día te das y alumbras
lunes, martes, miércoles, jueves
y viernes y...

Todos ayudan
a quien va a través de las horas
problemáticas pero juntas
en continuidad de rosario
¡dominio precario!

Se lucha
por asentar los pies en tierra,
por ser punto real de la curva
que hacia los espacios arrastra
nuestra ambición de criaturas,
anhelantes de hallar contacto
con los relieves, las arrugas
de la realidad inmediata,
por eso difícil y dura,
dura de su propio vigor,
que mis manos al fin subyugan
de costumbre en costumbre.

¡Vida tan cotidiana! Sin disculpa.

 

 

Virtud

Tendré que ser mejor: me invade la mañana.
Tránsito de ventura no, no pesa en el aire.
Gozoso a toda luz, ¿adónde me alzaré?
Tránsito de más alma no, no pesa en el aire.
Me invade mi alegría: debo de ser mejor.

 

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