Reseña biográfica

Poeta inglés nacido Mytholmroyd, Yorkshire, en   abril de 1930.
Después de terminar la escuela secundaria prestó dos años de servicio militar en la Fuerza Aérea Real, ingresando luego a la Universidad de Cambridge donde se graduó en Arqueología y Antropología en 1954.
Sus primeros escritos en los que predominaron los temas de la naturaleza y los animales, mostraron la influencia que en él ejerció el novelista y poeta Robert Graves a quien leía con gran asiduidad.
En 1956 se casó con la poeta norteamericana Sylvia Plath con quien vivió en EE.UU. durante dos años, dedicado a la enseñanza  de escritura creativa en la Universidad de Massachusetts. De regreso a Inglaterra en 1959, dueño ya de una gran fama, continuó escribiendo numerosas obras que le valieron ser catalogado como uno de los grandes poetas de su generación. Recibió numerosos galardones y fue  nombrado como Poeta laureado del Reino Unido en 1984.
Divorciado desde 1962, fue duramente criticado por el suicidio de
Sylvia Plath, razón por la cual, dedicó muchos años a honrar su memoria, publicando las famosas "Cartas de cumpleaños" en 1998, pocos meses antes de su muerte, acaecida en octubre.          ©



 

Poemas de Ted Hughes:



Alas
I. El señor Sartre medita sobre asuntos de actualidad
II. Kafka escribe
III. Einstein toca a Bach

Canción

Cómo empezó a jugar el agua

Cuervo Ego

El salmo de los jejenes

Estaciones

Examen a la puerta del útero

Los compañeros de juegos de Cuervo

Montañas

Pibroch

Rosa del alba

Secretaria

Setiembre

Un gesto

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Alas

I
                                                                  El señor Sartre medita sobre asuntos
                                                                                           de actualidad


     Encogido, en la enorme ala rota de su sombra,
recrea el mundo en el interior de su cráneo, como el espectro de una flor.

     Sus ojos son prisioneros del hecho
de que sus manos se han convertido en moscas.

     Con sonrisas calaverales, las poblaciones de la tierra
deambulan entre tumbas, como el hoguera apagada por la lluvia.

     Bosteza, ladeando un ojo extinto
hacia la mosca dormida en la tulipa.

     Pero su corazón sigue impertérrito...

     El pólipo fragmentador de cráneos de su cerebro, sobre su diminuta raíz,
se cierne irónico sobre él:

los ángeles, susurra, son metáforas, a imagen del hombre,
para diversión de la amiba.

     Sigue sentado en la estancia doblemente oscura,
meditando en la raya carroñófaga.

     Y en sus alas, leves, blancas, como de ángel,
y en los labios cupídicos del vientre nefasto.

     Y en el mar, esta lengua en su oreja, lamiendo la última página.

* * * * *
 

II
                                                                 Kafka escribe

     Y él es un búho
es un búho, «hombre», tatuado en el sobaco
bajo el ala rota
(aturdido por la luz cayó aquí mismo)
bajo el ala rota de inmensa sombra que se agita sobre el suelo.

     Un hombre de impotentes plumas.

* * * * *

III
                                                                 Einstein toca a Bach

     Y cayó finalmente. Y la gran ala en trizas
de sombra sobre el suelo.
Su memoria eleva cuanto recuerda
de ambos mundos, y unas pocas palabras.

     La fatigada máscara de arrugas, los ojos de luto,
la tristeza del mono en su jaula.
Estrella que mira estrellas a través de las paredes
de una jaula llena de nada.

     Y ninguna perdiz cae
de la nube. Ni maná
para ángeles.
Sólo la columna de fuego contrae su fuerza en una mota estelar.

     Ahora el sargazo de un solo grano de arena
sería más dulce que un arroyo roquero
e a una boca
hendida por vapores estelares.

Un petirrojo le vio andar...  ¡Emocionantel
Pero las lágrimas casi vertidas fuéronse,
una nube grande como su mano,
una corona arrugada de relámpagos que no encontraban la tierra.

     Se inclina, orante, sobre música, como sobre un pozo.
Pero es el calderón del átomo.
Y es el ojo de Dios en el tifón.
Es un horno, rugiente de llamas.

     Es una cuenca quemada y sin fondo
llena de moscas
en fugas
y reza

«¡Madre! ¡Madre!
                                    Oh madre

mándame amor.»

                                    Pero las moscas
las moscas se elevan en nube.

Versión de Jesús Pardo
Antología poética Plaza & Janés, S.A., Editores 1971

 


 

 

Canción

     Dama, cuando la punta lunar te bendecía
te hiciste fuego suave grácil como una nube;
difíciles estrellas te nadaron el rostro;
erecta estabas y era tu sombra mi lugar:
te volviste y volvióse tu sombra entonces hielo,
                                   Oh, mi dama.

     Dama, cuando las aguas del mar te acariciaban,
eras mármol de espuma, mas guardabas silencio.
¿Cuándo nos abrirá la lápida su tumba?
¿Cuándo nos cederán sus espumas las olas?
Tú no perecerás ni volverás a casa,
                                  Oh, mi dama.

     Dama, cuando los vientos te besaban,
música les volviste pues eras caracola.
Yo sigo en pos del agua y de los vientos desde
que los oyó mi alma rompiéndose en pedazos
hurtados por vosotros, amantes desalmados,
                                 Oh, mi dama.

Dama, piensa en el día cuando te habré perdido,
la luna a manos llenas esparcerá sus sobras,
las manos del mar, sucias del pecho de la tierra,
la herrumbre del planeta bajo el tacto del viento,
y mi cabeza, rota de amor, por fin tranquila
entre mis manos que estarán llenas de polvo,
                                 Oh, mi dama.

Versión de Jesús Pardo
Antología poética Plaza & Janés, S.A., Editores 1971

 

 

Cómo empezó a jugar el agua

     Agua quería vivir
fue al sol y volvió llorando
Agua quería vivir
fue a los árboles la quemaron volvió llorando
La pudrieron volvió llorando
Agua quería vivir
fue a las flores la pisaron volvió llorando
Quería vivir
fue al vientre encontró sangre
volvió llorando
fue al vientre encontró cuchillo
volvió llorando
fue al vientre encontró gusano y podredumbre
volvió llorando quería morir

     Fue al tiempo fue por la puerta de piedra
volvió llorando
fue por todo el espacio buscando nada
volvió llorando quería morir

     Hasta que no le quedó lloro

     Yacía en el fondo de todas las cosas

completamente    agotada     completamente    claro todo

Versión de Jesús Pardo
Antología poética Plaza & Janés, S.A., Editores 1971

 

 

Cuervo Ego

     Cuervo esperó a que Ulises se volviera
gusano, y Cuervo lo comió.

     Luchando con las dos víboras de Hércules
asfixió sin querer a Deyanira.

     El oro que rindieron las cenizas de Hércules
es ahora electrodo en los sesos de Cuervo.

     Bebiendo sangre de Beowulfo y abrigándose
con su piel, Cuervo alterna con fantasmas.

     Sus alas son el lomo rígido de su libro,
él mismo única página, toda ella de tinta.

     Por eso mira al fondo del pasado
como un gitano el vidrio del futuro,

o un leopardo la selva pingüe.

Versión de Jesús Pardo
Antología poética Plaza & Janés, S.A., Editores 1971

 

 

El salmo de los jejenes

El jején es de linaje más antiguo que el hombre
                                                                           Proverbio

     Cuando los jejenes danzan en la tarde
luchando en el aire, garabateando,
y deshilachando su léxico loco,
agitando su muda cábala
bajo la sombra de las hojas

     Hojas sólo hojas
contra las espesas saetas del sol
contra las saetas del tardío sol
a sus ojos frágiles y su ánimo oscuro

     Danzando
     Danzando
en el aire escriben, lo que escriben borran
anudan las letras, las hacen maraña
y todo son yoyo de todos los otros

Inmensos imanes en redor de un centro

     Ni escriben ni luchan pero cantan cantan
que no son materia sus ciclos vitales
que no tienen miedo del sol y que el único
sol que tienen vive demasiado cerca
rompe su canción de todos los soles
que son ellos mismos soles de sí mismos
su propio residuo
suelto por la nada
sus alas la llama van des dibujando
cantando
cantando

que ellos son los clavos
en los miembros ágiles del jején divino
que el sufrir sonoro del viento ellos oyen
por entre la hierba
y de la colina nocturna el dolor
y las poblaciones junto al cementerio
vanse ensombreciendo más y más oscuras

     El viento se inclina con gritos raspantes
y los aeropuertos y los tierrapuertos
danzando en el viento
la danza del viento, la danza mortal,
en marjales húndense y entre la maleza
y en ciudades como boñigas en polvo

     No así los jejenes, cuya agilidad
ha sobrepasado ya estos umbrales
y les pone a salvo de la hambrienta hierba
danzando
danzando
a la sombra amiga de los sicómoros

una danza que nunca cambia
que da sus cuerpos a la hoguera

sus rostros de momia no serán usados

sus pequeños rostros barbudos tejiendo
y sobrenadando en la nada, agítanse
en el aire agítanse, agítanse
y sus pies colgantes como pies de víctimas

     ¡Oh pequeños santos
muertos de fatiga por sus propios cuerpos
matando a fatiga a sus propios cuerpos
sois vosotros ángeles del único cielo!

     ¡Dios es un jején todopoderoso!
¡Sois la más potente de las nebulosas!
Mis manos al aire vuelan, son locuras
mi lengua en las hojas arriba
y mis pensamientos se esconden

     Vuestra danza
vuestra danza

rodea mi cráneo lentamente aléjalo   al   espacio abierto.

Versión de Jesús Pardo
Antología poética Plaza & Janés, S.A., Editores 1971

 

 

Estaciones

I
     De pronto su pobre cuerpo
se quedó sin la defensa
de su mente adormilada.

     Antes de que el funeral se diluyera,
el féretro, como una lancha, se rompió a fuerza de sacudidas
entre las grandes estrellas que nadaban por su ruta.

     Un rato

el tallo del tulipán a la puerta superviviente
y su chaqueta, y su esposa, y su última almohada
cogidos unos a otros.
 

II
     Comprendo los ojos hundidos
de los viejos

secos residuos

rotos por mares que no podían vivir.

III
     Eres extraño, sales de un huevo
puesto por tu ausencia.

     En el gran vacío te sientas contento,
mirlo entre nieve húmeda.

     Si pudieras hacer sólo una comparación:
tu situación es tan triste que desistirías.

     Pero tú, desde el principio, rendido al vacío total,
luego a él se lo dejas todo.

     Ausencia. Tu propia
ausencia

llora su reposo a través de tu música consumada,
su capa oscura sobre tu alimentar.

IV
     Ya digas, pienses, sepas
o no, así es, así es, como
sobre raíles sobre
el cuello que dejan sus ruedas
la cabeza con su vocabulario inútil,
entre los plátanos azotados.

Versión de Jesús Pardo
Antología poética Plaza & Janés, S.A., Editores 1971

 

 

Examen a la puerta del útero

 
   ¿De quién son estas patas huesudas?
De la Muerte.
¿De quién este rostro quemado e hirsuto?
De la Muerte.
¿De quién estos pulmones que aún funcionan?
De la Muerte.
¿De quién esta capa de músculos utilitarios?
De la Muerte.
¿De quién estas entrañas increíbles?
De la Muerte.
¿Y toda esta sucia sangre?
De la Muerte.
¿Estos ojos que apenas ven?
De la Muerte.
¿Esta lengüecilla aviesa?
De la Muerte.
¿Esta atención arbitraria?
De la Muerte.

¿Dado, robado o en espera de juicio?
Asido.

¿De quién es esta tierra pétrea y lluviosa?
De la Muerte.
¿De quién es todo el espacio?
De la Muerte.
¿Quién es más fuerte que la esperanza?
La Muerte.
¿Quién es más fuerte que la voluntad?
La Muerte.
¿Más fuerte que el amor?
La Muerte.
¿Más fuerte que la vida?
La Muerte.
¿Pero quién es más fuerte que la muerte?
                                                           Está visto que yo.
     Cuervo, pasa.

Versión de Jesús Pardo
Antología poética Plaza & Janés, S.A., Editores 1971

 

 

Los compañeros de juegos de Cuervo

     Cuervo, solitario, creó a los dioses para sus juegos:
pero el dios de la montaña se liberó de él

y cuervo cayó de la pared pétrea de los montes
con lo que se vio muy reducido.

     El dios fluvial sustrajo los ríos
a sus líquidos vivientes.

     Un dios tras otro: y todos fuéronse liberando de él
robándole su hogar y su fuerza.

     Cuervo vaciló, sus restos, inertemente despojados.
Era residuo de sí mismo, escupitajo de sí mismo.

Era lo que su mismo cerebro no alcanzaba a comprender.

     Y así, el mínimo, el menos vivo objeto existente
fue merodeando sobre su grandeza inmortal

más solitario que nunca.

Versión de Jesús Pardo
Antología poética Plaza & Janés, S.A., Editores 1971

 

 

Montañas

     Soy una mosca si éstas no son piedras,
si no son piedras éstas soy un dedo.

     Dedo, hombro, ojo.
El aire las rodea como atento.

     Allí estaban ayer y el mundo anteayer,
contentas todas de su herencia,

no hacía falta trabajo, sólo poseer el día,
sólo poseer poder y su presencia,

sonriendo a distancia, luminosas las faces
de la paz del paterno testamento,

flores en el cabello, decorando sus miembros
el dolor del amor y el dolor del temor y el dolor de la muerte.

Versión de Jesús Pardo
Antología poética Plaza & Janés, S.A., Editores 1971

 

 

Pibroch

     El mar aúlla con su voz vacía
tratando por igual vivos y muertos,
cansado de la bóveda celeste
después de innumerables noches faltas
de sueño, de objetivo, de autoengaño.

     Como piedra. La piedra es prisionera
como ninguna cosa muerta o viva.
Universo de ovejas negras. Crece
consciente a veces de la mancha roja
del sol, soñando que es de Dios el feto.

     Sobre la piedra el viento se apresura
y sabe penetrar en nada, como
la oreja de la piedra ciega misma,
que se da vuelta como si sintiese
su mente una explosión de direcciones.

     Bebiendo el mar, la roca devorando,
el árbol lucha por abrirse en hojas:
una vieja caída del espacio
que desconoce nuestras circunstancias.
Sigue asiéndose, enteramente loca.

     Minuto tras minuto, evo tras evo,
nada se frena ni se desarrolla.
Y no es tanteo ni frustrada prueba.
Aquí ojiabiertos ángeles penetran.
Aquí todos los astros se arrodillan.

Versión de Jesús Pardo
Antología poética Plaza & Janés, S.A., Editores 1971

 

 

Rosa del alba

     Está fundiéndose una vieja luna helada.

     Agonía bajo agonía, el silencio del polvo,
y un cuervo que conversa con los cielos de piedra.

     Desolado es el grito recortado del cuervo
como boca de vieja
cuando los párpados terminan
y las colinas persisten.

     Un grito
sin palabras
como el quejarse del recién nacido
en la balanza metálica.

     Como el sordo fogonazo y su estertor
entre coníferos, a la media luz lluviosa.

     O como la estrella de sangre repentinamente caída,
pesadamente caída sobre la hoja suculenta.

Versión de Jesús Pardo
Antología poética Plaza & Janés, S.A., Editores 1971

 


 

Secretaria

     Si alguien la toca llora, da un chillido,
se esconde, oculta la terrible herida:
como un gorrión se pasa el día entero,
entre hombres, mirando de reojo,

al menor ruido sale disparada.
Por la noche sortea los piropos
como un ratón. Por fin, segura, en casa,
cose camisas, zurce calcetines

al padre y al hermano, hace la cena,
se acuesta pronto y cierra, con la luz,
sus treinta años. Duerme nalguiprieta,
cierra sus bellos ojos hasta el día.

Versión de Jesús Pardo
Antología poética Plaza & Janés, S.A., Editores 1971

 

 

Setiembre

     Vemos la oscuridad cernerse lenta:
no la miden relojes.
Cuando besos y abrazos se repiten
desaparece el tiempo.

     Es verano. Las hojas cuelgan quietas:
a mi espalda una estrella,
bajo un brazo sedeño un mar me dice
que ya no existe el tiempo.

     Las hojas no midieron el verano
ni hacen falta relojes,
sólo tenemos lo que recordamos:
minutos que nos llenan la cabeza

como a esos reyes desafortunados
que el populacho acosa,
mientras, lentos, los árboles reflejan
sus copas en el charco.

Versión de Jesús Pardo
Antología poética Plaza & Janés, S.A., Editores 1971

 

 

Un gesto

     He aquí este gesto escondido.
Buscaba un hogar. Tanteó rostros
distraídos, por ejemplo, el rostro
de una mujer que se sacaba un niño de entre las piernas
pero en aquel rostro duró poco tiempo el rostro
de un hombre preocupadísimo
con el acero volador en el instante
de un choque de automóviles se fue de su rostro
dejándolo solo eso duró menos tiempo incluso, el rostro
de un soldado disparando ráfagas de ametralladora no mucho tiempo y
el rostro de un jinete en el segundo
en que chocaba contra la tierra, los rostros
de dos amantes en los segundos
en que tanto se penetraban que olvidáronse
completamente uno de otro yeso estuvo bien
pero tampoco duraba.

     Así pues el gesto probó el rostro
de una persona perdida en sus gemidos
un rostro de asesino y el momento áspero
en que el hombre rompe todo
lo que se le pone a tiro y es capaz de romper
luego se fue de aquel cuerpo.

     Probó el rostro
en la silla eléctrica buscando una permanencia
de muerte eterna pero era demasiado plácido aquello.

     El gesto
volvió a hundirse, desconcertado por el momento,
en el cráneo.

Versión de Jesús Pardo
Antología poética Plaza & Janés, S.A., Editores 1971


 

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