"Mi cuerpo es soledad. Deja que huya
del ascua de tus manos pasajeras,
del leve acariciar de pluma tuya.
..."

"Contenment"

Gary Banfield


 

 

 


Reseña biográfica

Poeta español nacido en Sanlúcar de Barrameda, Cádiz, en 1957.
Realizó estudios universitarios en Cádiz y en Sevilla. Licenciado en Filología Inglesa, alterna su labor
docente con la creación literaria. Actualmente es profesor en un Instituto de Educación Secundaria.
Hasta la fecha ha publicado los siguientes libros de poesía:
Panorama desde el Ático, Premio Internacional de Poesía “Florentino Pérez-Embid” 1998
Ese tren que nos lleva, Premio de Poesía "Feria del Libro de Madrid" 1998
Juegos de misantropía,  Premio de Poesía "El Ermitaño"2002.
El álbum de la memoria, "Premio A. Alcalá Venceslada" del Ayuntamiento de Andujar 2004
La soledad del nómada, Premio de Poesía "Cáceres Patrimonio de la Humanidad"2004.
El sonido de la rueca, "Premio de Poesía Rosalía de Castro" 2005.
El solar "Premio de Poesía Aljabibe, 2007. Ed. Endymion, Madrid, 2007
Otro milagro de la primavera, "Premio de Poesía José de Espronceda", 2009. Pre-Textos, 2010)     ©


 

 

Especial

Nuestros lectores tienen la oportunidad de disfrutar la muestra poética
enviada amablemente por el poeta Juan José Vélez Otero.

Gracias, Juan José.
 


De "Panorama desde el ático" 1998

III.           Magnolias en mis sábanas dejaba...
IV.            Oh, tardes del balcón. Abril. Cuajada...
IV.            Oh, tardes del balcón. Abril. Cuajada...
V.              Si he venido a colmar de enredaderas...
VIII.        A qué esta sinrazón y este deleite...
IX.            Un beso de estramonios y alhelíes...
XII.          Sí, cuéntame tus tiempos de geranios...
XVI.         Ya sabes. Es tan bello este ostracismo...
XXII.       Me vienes con las manos germinadas...
XXVIII.  El alma de la tarde, la belleza...
XXX.        Dormidas en el ático han quedado...


De "Ese tren que nos lleva" 1999

1.   No tardes. Si no vienes la tarde es una hoguera...
4.   Siempre fuiste viajera golondrina de tardes...
7.   La luz de cada día de nuevo en la ventana...
9.   La hueca soledad de ruinas calladas...
12. En estas tardes plácidas, las últimas de marzo...
14. Es día de difuntos, exequias de noviembre...
19. A veces el mar tiene un extraño sosiego...
22. Ponme vino en los labios. Ya no tengo otro afán...
25. Esa noche bailaron el vals de la ternura...
26. Tantos días de espera, tantas noches de insomnio...


De "La soledad del nómada" 2004

El sueño del nómada
Al cabo de los días
Carta de otoño
Monólogo
De amor y desencanto
Orfeo
Tocata y fuga
Foto del 63
Último asunto


De "El sonido de la rueca" 2005

¿Adónde van los sueños, la sonrisa...
Disfruta, sí, los zumos de Sileno...
Mi boca en un suicidio descubría...
Las siete de la tarde. Estoy contigo...
Tú tienes labios rojos de amapola...
¿Tendré los labios fríos de la aurora...

 

De "El Solar"  2007

Blues para matar a un colibrí
Crepúsculo en el solar
Celuloide
El espantapájaros
El solar
La carta
La huida
Lo sabes
No me pidas la vida
Poética
Reflejos

 

De "Otro milagro de la primavera"  2010

Antes
Apartamento en otoño
Casa de invierno
Como la nieve quema
El sabor del frío

Foto de cumpleaños
La herida
Otro milagro de la primavera

Recurso
Sin que me mires
Tal vez fuese verano

Volver a: A media voz
Volver a: Índice A-K
Volver a:
Poesía sensual

Pulsa aquí para recomendar esta página     

 

 




De "Panorama desde el ático" 1998

                                y en esta isla atormentada,
                                              de oscuridad y roca,
                mis pies pisan el mundo desolados.

                                                     Francisco Brines

                     La torre semeja, sobre el pueblo
               sin ilusión y sin sentido, mi fracaso;

                                                               J.R.Jiménez

     Mère de souvenirs, maîtresse des
                                                                  maîtresses

                                                          Ch. Baudelaire

III. Magnolias en mis sábanas dejaba...

                      ¿Cómo era, Dios mío, cómo era?
                                        
                    J.R. Jiménez

Magnolias en mis sábanas dejaba,
magnolias, azahar y labios duros.
Sus senos, de la tarde flor dormida,
aroma de amapolas y cerezas,
temblaban en mi boca, entre mis dedos.
Magnolias y sabor a playa y barro,
a sol y arena, hierba y gorriones.
Oh, cómo retornar ya a este vacío
la luz de la alborada por sus ojos,
el vino de su piel y su cabello.
Magnolias en mis sábanas dejaba,
su cuerpo de clepsidra y su alma nueva.

* * *

IV. Oh, tardes del balcón. Abril. Cuajada
de pájaros y númenes el alma,
expuesto a la aquiescencia de la brisa,
soñaba con las voces de poniente.
Los dijes de oro y tul del horizonte,
la inquieta sensación de estar naciendo
al gozo y al clamor de savia nueva.
Oh, tardes del balcón, fecunda en flores
y añil, ciegas de cal, ciegas de vides.
Qué vacuo este vivir si vacua el alma
de luz, de tiempo y sal, de Dios y espigas,
se baña en la desdicha del recuerdo.
Qué vacuo el caminar hacia el olvido,
hacia la ungida torre de los siglos.

* * *

V. Si he venido a colmar de enredaderas
la nieve de tu talle es porque tengo
cansado el corazón de tantos siglos
en busca del incendio de la aurora.

Hoy vengo del desorden y a la nada
retornaré con labios florecidos,
al yugo de la noche, a las quimeras
del sueño y al olvido complaciente.

Yo seguiré asomado a mis balcones
rodeado de astrolabios y de estrellas,
de inciertos firmamentos y de mirtos
dormidos sobre viejos ataifores.

* * *

VIII. A qué esta sinrazón y este deleite,
qué sabia languidez me ocupa el alma
de fértiles lloviznas y de lucios
calmados en las llamas del crepúsculo.
A qué este azul litigio de la tarde
me lleva hacia los pájaros cansados
que buscan las higueras en las sombras
dormidas por el láudano del tiempo.
Yo, histrión sobre el triclinio recostado,
engullo mieles y uvas de calendas,
me absuelvo en el silencio etéreo y negro,
en cándidas sonrisas de vestales.
De euménides un rito me acrisola
en urna de cristal y cadmio blanco.
No sé qué piedras ávidas de muerte
me muestran las necrópolis hambrientas.

* * *

IX. Un beso de estramonios y alhelíes,
tan dulce y a la vez veneno y nieve,
caliente flor o musgo sorprendido
por la herrumbrosa niebla del pasado;
un roce de amapolas y de plumas
que nutren con certero humo las sombras
postradas en los páramos desiertos
y estériles al sueño de centurias.
El tiempo irremediablemente arcano
es cáliz destinado al sacrificio
pomposo de los días sepultados
en cieno de nostalgias y embalajes.
Oh, dónde se perdieron las valijas
antiguas y olvidadas y el enigma
creado en el insomnio de lo obscuro.
A dónde recurrir, dónde, vencido,
saciar la sed de agua no llovida,
de eterna soledad sobre el alféizar.

* * *

XII. Sí, cuéntame tus tiempos de geranios,
tus blancos plenilunios en la arena
bruñida por el mar de la bahía
y el tuétano de siglos y memorias.
Sí, háblame de aquellas alboradas
que aún llevas indolentes en los ojos,
de brisas otoñales y veleros
cruzando el horizonte de tu playa.
Sí, dime; yo te oigo y enmudezco
parado ante la voz de aquellas horas.
Yo sé que primaveras en tu boca
son gotas de cristales en la niebla,
mas, háblame y sonríe, no adolezcas
de patios y jazmines nocturnales.
Descifro tus palabras en el éter
cansado que se esconde en tu mirada.
Preludio es que tus sueños prevalezcan
al tiempo y al cansancio y al olvido.
Sí, dime, mientras yo callado observo
la tarde que ensombrece tus arrugas.

* * *

XVI. Ya sabes. Es tan bello este ostracismo,
tenderme junto a ti, sentir tus dedos
rodarme por la piel en esta alcoba
caliente y apartada del vacío...
Lo sabes cuando beso, cuando hiero
tu boca con torrentes de amapolas,
lo sabes cuando busco tu saliva
y toco tus pezones como almendras.
La carne hecha canela, el aire entero
dehesas de ambarinas deliciosas.
Lo sabes que me huelen tus cabellos
cual huelen las higueras en septiembre,
cual huelen los geranios en los patios
y el aire de las huertas tras la lluvia.
Es bello estar tendido, acostumbrado
al musgo de las ingles delicadas,
que sólo el tragaluz sea blanca orilla
del mundo que ahí afuera nos pretende.

* * *

XXII. Me vienes con las manos germinadas
y pétalos de amor entre los dedos,
sin nombre y sin ayer, con la sonrisa
nevada entre los labios de verano.
Me vienes de la luz y traes contigo
el mosto de la piel y frescas uvas
que al mueso de tu carne se revientan.
Hay agua de jazmín en tu saliva
y cielo en el olvido de tus ojos.
Tú llegas hacia mí, pisando nubes,
borrando la memoria con los brazos,
luchando como ángel con la muerte
que observa sigilosa tras los vidrios.
No queda soledad en los visillos
ni oscuros alfileres de ceniza
que puedan destrozar la primavera.
Miremos más allá de los espejos,
al cielo de alas blancas y espumosas
que hay sobre las olas de los puertos.

* * *

XXVIII. El alma de la tarde, la belleza...

                     Je suis belle, ô mortels! comme
                                                  un rêve de pierre
                                                      
Ch. Baudelaire

El alma de la tarde, la belleza
marchita de la luz en las callejas,
el múrice dorado de las nubes,
los ecos mortecinos que el levante
difunde por trigales y labranzas...
mortales son si mueren con nosotros,
si mueren a los ojos y a la lengua,
al tacto y a la flor de los sentidos,
si un día han de acabar como acabaron
las horas ya difuntas que, sin freno,
capaces de asolar el tiempo, fueron
veloces, fugitivos rayos mudos.
La tumba de los sueños profanada
hoy huele como algas insepultas
que no vuelven al mar con las mareas.
Dejadme contemplar el panorama:
de piedra sueños muertos en sudarios,
la soledad, el viento en las acacias,
los folios del recuerdo y el lamento
de que algo se está yendo para siempre.

* * *

XXX. Dormidas en el ático han quedado
la sombra del reloj en las cortinas,
la brújula del sueño y de las nubes
que giran sin dejar lluvia en las tejas.
He vuelto las vasijas boca abajo
y es blanca soledad lo que derraman
al suelo contagiado de alas secas.
La rosa de los vientos he tomado
naciendo del escombro. Hay un destino
que llama desde el mar y oigo bocinas
silbando entre la niebla que clarea.
Un nuevo sol desnudo se levanta
detrás de los cristales del rocío,
un nuevo mar de índigas espumas
y cándidas ciudades ribereñas.
Recuerdo los naranjos y la aulaga...
Ya es vano recordar, que quiero olvido,
eterno bebedizo de esperanza
y enjambres de hojas verdes en las manos.

 

 

 

De "Ese tren que nos lleva" 1999

                                                            Resonante,
                                                                 jadeante
                                                    marcha el tren.
                                                           
A. Machado

      Y ese tren que se va, con ruido alegre
                 de silbidos y alegres despedidas
                                          lo di ya por perdido.
                                                 
F. Benítez Reyes

1. No tardes. Si no vienes la tarde es una hoguera
de gélido cansancio, de lluvia sin sentido.
No tardes, que los peces del mar se desorientan,
se van las avefrías camino del otoño.

No tardes. Los jazmines despiertan de la siesta
y vuelven a dormirse callados por la ausencia.
No tardes, que las calles no encienden sus farolas,
ni empiezan en los cines los sueños inventados.


No tardes, que te espero sentado en la reliquia
cansada de mi alma antigua como el vino.
No tardes, no me abras las páginas pintadas
de olvidos y resacas, de nieve en los espejos.

* * *

4. Siempre fuiste viajera golondrina de tardes
que cruzaba mi calle con sus alas de libros,
la mirada perdida y la blusa celeste
de colegio de monjas.
                                             Golondrina de tardes,
te miraba asomado por los vidrios de enero.
Se imantaba mi pecho en aquellas ventanas
apagadas de luces, telegramas de lluvias.

Siempre fuiste viajera y cruzabas mi calle
hacia el blanco ciruelo y las cepas podadas,
hacia un mundo de cañas y macetas azules
donde estaba la casa, nido tibio de invierno.

Vino un tiempo deleble, de siluetas lejanas
y tu casa quedó atracada al olvido
y mecida en la niebla de los muelles borrosos.

Viene el tiempo a su cauce, mariposa invisible,
y volviste volando sin la blusa celeste,
sin los libros del aire y tus alas son otras.

Pero un nuevo temblor resucita en mis labios
y aún revienta la luz en la cal de la calle
desde donde la tarde pensativa se asoma
al balcón de las olas repetidas de entonces.

* * *

7. La luz de cada día de nuevo en la ventana
hiriendo con ventosas los pechos de la aurora,
vaciando de silencio las sábanas del sueño
con trompetas heladas y teclas invisibles.

La luz. Y las maletas detrás de los portales
como perros sin dueños esperando acomodo
en los trenes que arrastran por el hielo los pasos
que conducen al frío temblor de los andenes.

La luz de cada día de nuevo en las ventanas...

La bruma arrinconada detrás del horizonte
espera la llegada constante de los trenes,
y los postes del tiempo, fugitivos espejos,
recorren las lucernas de mis ojos atónitos.

* * *

9. La hueca soledad de ruinas calladas...

                 Ser poeta no es una ambición mía.
                               Es mi manera de estar solo.
                                                        
Alberto Caeiro

La hueca soledad de ruinas calladas
que se acuesta en las tapias de las casas caídas
por el viento de siglos y las lluvias tenaces,
la misma soledad de búcaro en invierno
que ha llamado a mi puerta y me espera paciente,
sabe bien que es eterna tentación en la umbría
de los muros vencidos que ya nada resisten.

La sorda soledad que conozco hace tiempo,
que ha vivido conmigo en ciudades diversas,
en diversos recintos acotados al musgo.

La soledad desnuda, de pechos prodigiosos
y tentadora boca que llevan al olvido,
la soledad amante, puta súbita y bella
en los vidrios sin brillo, en el cáliz gozoso
de abandono lascivo, ha llamado a mis huesos
y me pide cansancio, y me ofrece un celeste
relicario de sombras.

                                            Soledad o clemencia,
sucesión de los días por las aguas dormidas.

Tomaré la tristeza que me ofrecen sus pechos,
volveré hasta el aljibe de los pájaros dulces,
al incendio de chopos amarillos del alba.

* * *

12. En estas tardes plácidas, las últimas de marzo,
tras meses de avenidas umbrías y de lluvias
en el jardín cerrado, en la casa que abre
sus ventanas al cielo y al verdor de los montes
pendientes de amapolas, te deseo. Te invoco
a la verde marea de viñas encendidas,
al incendio de rosas que me enturbia la boca.

Te llamo y te deseo como llamo al constante
resurgir de las hiedras y a los nuevos paisajes
de la aulaga amarilla.

                                          Te llamo al mar de siempre,
al de las olas blancas y desnudas estelas.

A los juncos te invoco y te invito a la rama
de los pájaros mudos. No tardes. Ven. Te espero
con la luz en las manos y en los ojos la llama
temblorosa de vida.

                                           En estas tardes plácidas,
las últimas de marzo, buscaremos cerezas
en los tolmos del sueño y en los llanos despiertos.
Jugaremos al sol en los campos de aulagas,
en los chopos del aire que al invierno han dormido.

* * *

14. Es día de difuntos, exequias de noviembre...

                                              ...yo voy muerto, por la luz
                                                                 agria de las calles
                                                                           
J.R. Jiménez

Es día de difuntos, exequias de noviembre,
me anudo la corbata y asisto al funeral
del hombre sumergido en tumbas de ladrillos,
del hombre sepultado que asiste a la agonía.

Cuerpos a la deriva por pasillos de insomnio
he visto esta mañana, por las dunas de asfalto
y jardines de hierro; ataúdes de carne
en esquinas heladas. Muertos en las aceras,
todavía calientes, respirando lo hueco.
Muertos en los negocios que producen el oro
que requiere Caronte.

                                              Hoy he visto rebaños
de difuntos al paso que les marca el entierro,
sin dolor ni recelo; el espanto es de vivos
y los muertos no sienten, sólo habitan la nada.

Es día de difuntos, día exangüe de niebla,
cementerio de vivos, columbario de ideas,
es un día cualquiera, como tantos, vacío,
sólo lleno de muertos, sólo lleno de muertos.

Muertos, trenes de muertos disidentes de vida,
empañados del vaho que les ciega el cerebro.

¿La esperanza está viva? Quién nos pone los trenes
sin cabinas ni vías, sin ventanas al viento.

Oh, necrópolis vanas, apestáis al vacío
de las tumbas sin cuerpos. Quién nos pone los trenes...
Olvidad la esperanza, que también dios ha muerto.

* * *

19. A veces el mar tiene un extraño sosiego
que las aves imitan, una incierta conciencia
de la vida que pasa inútilmente bella,
hermosamente vana, calladamente quieta.
Es el mudo deseo de ser hoja en la brisa
lo que emulan las aves. A veces el mar tiene
una cierta tristeza que las aves imitan,
el rotundo vacío de un poniente sin ecos
de veranos antiguos. Es la blanca nostalgia
de la infancia sin prisas lo que emulan las aves.
A veces el mar tiene las ventanas abiertas
y el batir de visillos que las aves imitan,
un aroma de fruta otoñal y madura
en el cesto dormido. Es el lento destino
en espejos de agua lo que emulan las aves.
A veces el mar tiene reflejos de mis alas.

* * *

22. Ponme vino en los labios. Ya no tengo otro afán
que el olvido y la dicha de los líquenes blancos.

El sereno silencio me ha marcado en estigma
con letargo de dioses y crisálidas negras.

Ponme vino en los labios con los tuyos. (La copa
no me importa que sea del color de tu carne
ni del tibio cristal de tus muslos desnudos).

Dame vino en la llave poderosa que abra
las entradas al mar del constante abandono.

Ponme vino despacio a la orilla del sueño
de tal forma que olvide tantos trenes perdidos.

* * *

25. Esa noche bailaron el vals de la ternura
en la casa habitada por recuerdos y cactus,
el vals que sólo bailan los cuerpos solitarios.
Decoraron la mesa con flores encarnadas
y brindaron con besos en las copas antiguas.

Bailaron esa noche un vals hasta el desmayo.
Apagaron las luces y sólo las farolas
testigos fueron albos detrás de las ventanas.

Se pusieron los trajes de los días de fiesta
y bebieron la dicha de los peces del alba.
Y mecieron sus cuerpos como tallos dormidos
en los brazos borrachos de dulzor y diamantes.

Bailaron desde el sueño el vals de la ternura,
tuvieron en la boca las uvas del estío.

En el patio la noche les olía a mimosas
y tomaron la senda de la aurora de mayo
dejando la tristeza desnuda en el armario.

Cogidos de los labios huyeron del escombro.

* * *

26. Tantos días de espera, tantas noches de insomnio...

                                         Tanto aspirei, tanto sonhei, que tanto
                                          De tantos tantos me fez nada en mim.
                                                                                   
Fernando Pessoa

Tantos días de espera, tantas noches de insomnio,
tantas cartas trucadas, tantos sueños en tumbas,
tantas fotos guardadas en carpetas perdidas.
Tantas copas en bares refugiando el fracaso.

Tantos trenes lejanos y estaciones cerradas,
tantos besos y tantas despedidas de luna
tanta música rota, tanta niebla sonora.
Tanta lluvia encerrada en aljibes de cal.

Tanta muerte en las alas, tanta vida en la cesta
de papeles usados. Tanto fuego en la nada.

 

 

De "La soledad del nómada" 2004

   Otros, queriendo huir la humana y triste
  suerte, en cambiar de climas y de tierras
                                                        gastan la edad
                                                
Giacomo Leopardi

         No paso dos veces por el mismo sitio.
                                           Ni en un mismo cielo
                                                               me extasío.
                                                   
Antonio Cillóniz

                                         Todo sigue en su sitio.
            Pero el viajero no comprende; trata
                                  de entrar. Abre la puerta.
              Y está saliendo siempre de su casa.
                                                  Joaquín Márquez

El sueño del nómada

      Pensabas que el que deserta de la vida
                                                vive en el desierto
                                                      
W. Szymborska

Estar así. No temer al tiempo,
ni al hogar, ni al abandono,
ni al residuo que queda
tras un día de silencio.

Desterrar el miedo.

Ni oscuridad, ni viento de cometa
han de abrir estas ventanas.

La madurez supuesta está formada
por signos invisibles de derrota,
por los desnudos ritos
que celebra la ausencia.

Estar así:
la utilidad del pan y la nostalgia
de los atardeceres vivos
cargados de palabras habitadas.

Sepultar las tablas diversas del recuerdo,
que lo que cubre la tierra,
si no es semilla, se pudre.

Estar así. No más temor al destino:
la incertidumbre espesa
de un día de lluvia
al amparo de un sueño
que, seguramente,
nunca habrá de ser cumplido,
nunca, nunca,
nunca habrá de ser cumplido.

* * *

Al cabo de los días

Sentado escucho el tiempo y sus rigores
pasar. La ausencia no se llama espera.
Aquel que espera el tiempo pasa y fluye
borracho de relojes y de miedos.

Es una enfermedad inconfesable
el irse acostumbrando a la renuncia,
besar el vaso estéril del consuelo
en las tabernas turbias del olvido.

Es bella la derrota si aceptada
permite al derrotado reponerse
de los fantasmas vanos del fracaso.

Al cabo de los días soy la herencia
del tiempo que he perdido persiguiendo,
del tiempo que he ganado contemplando.

* * *

Carta de otoño

Hoy te escribo porque sé que estás sola
y oyes la radio en una habitación
sin vistas al mar y lees libros
que leíste hace tiempo.
                                                 Porque sientes
como si fuera a llegar la noche de inmediato,
la inquietud de una tarde de espera
en la aséptica sala de un dentista.
Hoy te escribo porque sé que estás sola

y se han roto tus sueños,
y tus mitos murieron,
y la tarde está fría y no hay nadie en la calle.

Y menuda miseria asumir los errores
y los golpes al aire, el olor del fracaso,
las arrugas del tiempo y los días perdidos.

Trazas en el espejo
con el lápiz de labios el mapa
trashumante de la vida y lo vuelves
a borrar por retomar de nuevo
el mismo camino que reiniciaste
mil veces. Con el lápiz de labios.

Quién conoce la senda que buscaste,
quién tiene
en la mano la llave que perdiste
muchacha de vaqueros y suéter.

El mar sigue rompiendo en la orilla,
en la misma orilla
por donde andabas descalza
y mirabas –pezones agraces
y alma incendiada-
al horizonte y la bruma.

Hoy te escribo un poema
que tal vez nunca leas,
que tal vez nunca llegue a tu cuarto de humo
donde suena la radio
esta tarde de otoño.

* * *

Monólogo

No soy yo quien escribe estas palabras huérfanas
                                                                   
Oliverio Girondo

Otra vez buenas noches.
Hazme un hueco en mi cama,
un lugar junto al sueño
entre las sábanas lúbricas del silencio.

He pasado la tarde leyendo a Girondo,
contemplando la lluvia detrás de las ventanas
caer como plumas calladas del otoño.

Las arañas ya duermen
en los turbios rincones
de esta casa sin muebles,
y yo vengo dichoso,
y me pesan los ojos.

Sigue sonando la lluvia
y hay goteras antiguas
detrás de las cortinas;

un tambor de pétalos empapando la tierra.

Soy feliz como un viernes al abrigo de un puerto,
como un libro plagado de palabras brillantes.

Mañana, ya mañana,
seguiré esperando no sé qué, esa espera
interminable del huérfano de suelo,
del viajero del tiempo
que ignora su destino.

Ya no sé si soy yo
o el fantasma oxidado de mi nombre en el agua
quien pronuncia estas palabras huérfanas.

No me apagues la luz,
soledad. Buenas noches.

* * *

De amor y desencanto

La vida no es un sueño, tú ya sabes

                               Jaime Gil de Biedma

Que la vida no es un sueño
ya lo sé desde hace años,
hace ya muchos años, amor,
que la vida no es sueño, ya lo sé,
por mucho que te esfuerces
o me esfuerce
en tus pechos de piedra,
en tus piernas de nieve,
en tu lengua, jengibre,
ginebra y granadina,

Son tus ojos extraños
como flor de la ipomea.
Hermosa calipigia,
la vida definitivamente
no es un sueño, no,
ni habrá momentos, amor,
que levanten todos los huesos de la tierra.

No es más que el tránsito irremediable,
hacia el lagar, de las avispas.
No me canses con arengas ni gramáticas.
No te entiendo, ya lo sabes,
cuando me hablas del edículo
donde la felicidad habita,
ni del estíptico ascensor
que nos transporta a la nada.

No me hables de nihilismo,
panteísmo, hilozoísmo:
son conceptos que traté
y ya he olvidado.

No están los tiempos para arengas, no,
no me hables
del paroxismo de la lírica
ni de las tristes convulsiones de las musas.

No me diagnostiques
ni me radiografíes, pues es esto,
esto es todo lo que hay.

Con tus ojos extraños como flor de la ipomea.

La inmolación de la carne.
Bésame, el alcohol
disfraza el aliento, ¿no notas
el inconfundible sabor metálico
que deja el fracaso en las encías?

Hermosa calipigia,
hace tiempo que la vida no es un sueño,
hace ya muchos años
que la vida no es un sueño,
ni hay paroxismo, mi amor,
que levante todos los huesos de la tierra.

Dame la carne y asumamos el fracaso,
pero antes dime, ¿qué me notas?,
¿me encuentras cínico, eleático,
estoico o peripatético?

* * *

Orfeo

Ese cadáver que plantaste el año pasado en tu jardín,
                                                          ¿ha empezado a retoñar?
                                                                                         
T. S. Eliot

En noches de olvido como ésta,
en mi propia fiesta y sin dolor,
discreto en la penumbra de la sala,
oigo canciones viejas y converso
con este borracho, invitado de ceniza,
que me acompaña.

Mi casa tiene el calor, en estas noches,
de un cuerpo joven de mujer
entre las sábanas,
y huele al humo de la marihuana
y al aire que tienen las bodegas en septiembre.

Nada hay espectacular en estas noches,
pero entiendo más intensamente
el secreto animal de la existencia
y encuentro hermoso el paso incomprensible
de los años.
No es nada extraño que a veces,
después del abandono de un naufragio,
lleguemos a la costa asidos a un tablero
que despedazamos presto en la derrota
para hacer fuego en la arena
y tendernos junto a él, como una gata,
a dar calor al cansancio.

No es necesario que nadie sepa de qué hablo.
Estoy otra vez sobre la tierra,
pisando con la carne viva de mis pies
esta tierra que amo.

He visitado el infierno,
y de la mano de nadie.

* * *

Tocata y fuga

Hay noches en las que el insomnio avisa
y no te asalta el cuarto por sorpresa,
ni te sostiene los brazos y te asedia.

Hay noches en las que el insomnio avisa
y no se te hace la indolencia extraña
ni el fracaso se torna repentino
en esta soportable habitación deshabitada.

Son noches en las que no te acuestas
y te pasas las horas a las puertas de un poema;
deambulas por la casa y fumas
y te asombras del silencio
que hay detrás de las ventanas.

El latido nómada de tu voz menguada
busca el verso exacto del cansancio
que te permita retornar al desierto
donde fuiste un día mercader de sueños.

Y piensas. Y se te insinúa la vida
en la música, la luz y los cuadernos.

El alcohol de la repisa se te ofrece fácil y barato
como una prostituta triste.
Y amas entonces la música,
y Ella Fitzgerald llora por ti,
y la oyes, y estás contento
de que alguien llore por ti
y de que la desolación no consiga inmutarte.

Te vengas de la vida en la pereza
y haces inventarios de tus sueños
en un poema nuevo
-menos triste de lo que esperabas-
que rompe la placenta y te abandona.

Se va,
            se va,
                        se va
                                     y cierra la puerta
dejándote más solo todavía.

* * *

Foto del 63

Hay una luz de claustro en esta foto,
de soledad de esperma
y de locura, una luz
de tormenta de otoño
y de colegio de fantasmas.

Hay un niño y un mapa
y una bola del mundo
que lleva años enteros
girando en un cajón oscuro.

Hay una sonrisa de metal helado,
de mercurio de termómetro difunto,
un humo de alquimista
sonámbulo y misericorde
que se forja en el frío
de los muertos en vida.

En esta fotografía
hay cristales rotos de un sueño diezmado
y espumas olvidadas de una playa distante.

Un suicida
podría haber escrito en su reverso
la despedida solemne y temblorosa
del cansancio y la duda.

Mientras, el niño sonríe
completamente ajeno al espejismo
donde se iban formando en silencio
las larvas venenosas de la nostalgia.

* * *

Último asunto

Estoy cansado de haber soñado pero no cansado de soñar
                                                                                                    
F. Pessoa

Quema las fotos de los álbumes,
si tienes,
y rompe los espejos de la casa.

Cierra los armarios con sus llaves
y tíralas al pozo del olvido.

Que tus vecinos no vean
la luz en las ventanas,
ni salgan mensajes de duda
con el humo de tu chimenea.

Cámbiate a un nuevo lugar y sigue
contemplando a tu vez la diferencia
entre el hombre y su sueño de más vida.

Volverás tranquilo y solo
a pasear por las calles extrañas,
pues no te habrá de delatar
tu rostro turbio de actor secundario.

Las puertas a escena
pocas veces se abren.

Deshazte para siempre del guión
y exhibe en la bandeja tu cabeza sangrante.

Lo que pudo ser no ha sido.

 

 

De "El sonido de la rueca" 2005

Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
                                                        cantando...
                                                     
J.R. Jiménez

¿Adónde van los sueños, la sonrisa,
adónde la ilusión, dónde los años,
adónde la pasión, la voz, los caños
de luz y de color van tan deprisa?

¿Por qué la ola abrupta se hace lisa
y empiezo ya a contarme los peldaños
del tiempo y desempolvo los antaños
que ordeno como un viejo en la repisa?

Agarro con la voz y con los dientes,
agarro como un loco agonizando
los prados de mi tiempo y las corrientes.

Cualquiera que me oiga: estoy bramando;
mañana seré polvo entre vivientes.
Se quedarán los pájaros cantando.

* * *

Disfruta, sí, los zumos de Sileno,
la miel sabrosa y dulce de Aristeo,
no duermas mientras dure el apogeo
de címbalos y flautas sobre el heno.

Oh, goza de la ménade su seno,
da mano, sí, ¡evohé!, libre al deseo,
que el vino, ciegas aguas del Leteo,
arrastren la conciencia al negro cieno.

Oh, bebe de la vid gozosa fuente,
oh, liba sin cesar del vientre nuevo,
oh, brinca con la ninfa en la corriente.

Y piensa que si hoy eres efebo,
los días pasarán severamente;
mañana dormirás en el Erebo

* * *

Mi boca en un suicidio descubría
la playa de tu piel calmada y clara,
el tibio manantial de mirto y jara
que al roce de tu boca florecía.

Colmado de mirarte amanecía
un sol entre tus ojos tristes para
cegar de claridad y dulcamara
mis ojos, sombra y sed, el alma mía.

¡Los pétalos del cuello con las ceras
fragantes de los pechos!... Hoy aúlla
el ángel solitario por las eras.

Mi cuerpo es soledad. Deja que huya
del ascua de tus manos pasajeras,
del leve acariciar de pluma tuya.

* * *

Las siete de la tarde. Estoy contigo.
Si sientes soledad tenme a tu lado.
La sangre del poniente me ha dejado
anclado con mis brazos al postigo.

El sol rojo de otoño que persigo
detrás del horizonte cae pausado
en lento incendio. Miro aniquilado
la luz de la que soy mudo testigo.

Sonríe, y que se mezcle con el viento
la blanca candidez que hay en tu boca.
Oh, de ella expectativo estoy y sediento.

El sol, limón enfermo, ya se apoca.
Levanta tu alegría al firmamento
que quiero aquí escuchar tu risa loca.

* * *

Tú tienes labios rojos de amapola...

                                        Donde habite el olvido
                                                          
Luis Cernuda

Tú tienes labios rojos de amapola
y lengua de mezcal, el vientre claro;
yo tengo un corazón de sueño avaro,
de sueño, llanto azul y pena sola.

Tú llevas en la boca la corola
del nardo y del jazmín, la flor del maro.
Si yo abro el corazón refulge un faro
de nieve y soledad, de viento y ola.

Tú tienes juntos mar, la luz del día,
el cielo vasto, azul en la mirada;
yo miro solitario en la agonía.

Tú habitas en mi olvido todavía,
celosa centinela, con la espada
guardando bajo llamas mi alegría.

* * *

¿Tendré los labios fríos de la aurora
o cálidos de fragua sobre el alma?
¿Será mi navegar perpetua calma
o habrá loco huracán hora tras hora?

¿Será de mis momentos la señora
la dicha, o el hastío, seca palma,
barrer conseguirá de toda el alma
atisbos de alegría cegadora?

Acaso, Prometeo sobre la roca,
me vea en el destino acompañado
por ave que derrame furia loca

hundiendo su cerviz en mi costado.
Se torna sin cesar seca mi boca.
¿Tendré la soledad siempre a mi lado?

 

 

De "El Solar"  2007

 Blues para matar a un colibrí

                      ni cuándo las noches son
                                                 
Romancero

Hubo bandadas de pájaros,
las hubo
y alborotaron los aleros.

Pero una pátina de arena y niebla,
de polvo amarillo,
cenizas y hojas de vacío
fue cayendo
como una tormenta silenciosa de fósiles
sobre esta isla sin faro y sin hogueras.

Hubo bandadas de pájaros,
las hubo
mientras lo permitió la luz,
antes de la ceguera,
mucho antes
de que nos vaciaran los ojos
las manillas heladas de los relojes.

Hubo bandadas de pájaros
-las hubo-
que huyeron abatidos
del desierto sembrado
de estatuas en ruinas
adonde llega tan sólo
un colibrí solitario,
también ciego y errante,
a libar
no sé que néctar amargo
de los ojos vacíos de las piedras.

 


 

 

Crepúsculo en el solar

Aquí cada tarde se llevan los bancos
y nunca encienden las farolas.
Los jaramagos mueren de lepra
entre las ortigas densas
y el paisaje agoniza en la luz
quemada de los cementerios dormidos.
Es muy posible, justamente lo es,
que después de esta hora
el sol se serene
y venga de nuevo una noche madura,
desnuda por el mar,
a traer la soledad
de las lápidas blancas
y el lamento lejano
de un fado en el crepúsculo.
La sal ha secado el terreno
adonde sólo llega el bronce
multiplicado y roto de las campanas,
el gesto de arena de la melancolía,
las alas crujientes de los pájaros muertos.
Aquí nunca encienden las farolas,
y el viento seco del desamparo
aúlla como un lobo solitario
y perdido
entre el salicor y las piedras.



* * *


Celuloide

Cada vez que descorro los visillos
de mi ventana, lo veo. Está ahí,
jugando con la hierba; entre la niebla
mirándome con sus ojos tristes,
culpándome, sin voz, de su abandono.

Otras veces no me mira
y hace pompas de jabón
que la brisa acerca a los cristales
dejando en el aire
un arco iris de pétalos y plata
que sólo borrará la lluvia de la noche.

Me siento a escribir versos a la sombra,
en esta escarcha blanca,
anís y cera,
y me llama sin voz por los hilos del tiempo,
y me llama sin voz
reclamando crisálidas
que tuvo y ya no existen
porque el tiempo parió
un rebaño de ojos ciegos y de llaves.

Cada vez que descorro los visillos
hace frío
y ese niño me mira desolado
jugando solitario y sin hablar.

Roto juega en el silencio
atando a un árbol deshojado
el columpio sin luz de mi suicidio.

 

* * *


El espantapájaros

Le amaneció
sentado en la misma piedra,
mirando
al mismo horizonte,
con el mismo rocío
mojándole la tristeza.

El mismo frío
en la piel de los huesos,
el mismo gusto a pozo seco
en la saliva dulce
y el mismo olvido
por las cenizas del aire.

Quiso retener
el tiempo entre los dedos
contando las monedas de las horas,
las únicas ganancias
que traían las luces
nuevas de la primavera.

Sintió ser feliz
por un momento,
como si tuviese el don
de resucitar a las mariposas.

Le amaneció sentado.

Se levantó,
cambió de piedra
y siguió mirando al mismo horizonte
con los mismos ojos
vigilantes de pájaros.


* * *
 

El solar

Toda la vida buscando los campos
verdes de menta que te dijeron una vez
existían, no sabes dónde, pero existían
porque algunos habían estado allí, decían,
y trajeron en sus manos gozosas
el suave olor de la lavanda y de la piperita dulce.

Toda la vida la misma letanía:
estudia, trabaja, contrólate,
sé hombre de provecho que la vida no es fácil,
y que el futuro depende del ahora,
y que quien guarda halla, y que quien siembra recoge,
y que quien no sufre alguna vez
no merece conocer la dimensión del gozo.

Toda la vida, que tantos años son nada.
Y que ocurre que el sacrificio rinde ganancias,
y que el hombre es bueno y que la sociedad lo corrompe,
y que somos racimos de idéntica uva,
y la moral y la ética y el estético comportamiento humano.

Y preparemos un mundo mejor,
que el que tenemos no sirve,
como si eso, hasta ahora, hubiese dependido alguna vez
del sacrificio, del estudio, del trabajo,
del provecho, de la esperanza de una minoría humana.

Un mundo mejor... los campos de menta...
el fresco olor a piperita dulce...
o el solo solar donde ahora te hallas
remangándote el frío hasta las ligas
como puta vieja desconsolada y triste
esperando que alguien le ofrezca dos pesetas de luz
o le dé tan siquiera, con cargo a su cuenta,
un simple beso desinteresado y herido
en su boca aún agraz de amapola olvidada.



* * *


La carta

        Quién me iba a decir que el destino era esto
                                                                      
M. Benedetti


Llegó esta mañana
con el viento hiriente de las alas primeras,
con la luz brillante que llamaba a mis párpados,
con las olas insomnes del mar,
del desierto agitado
que lame los muelles solitarios del alba.

Llegó. Y no hizo ruido.
No sé qué brisa de ojos ciegos
la coló por debajo de mi puerta
dejándola allí desnuda
como una paloma muerta y aún caliente,
expuesta en el suelo
con las alas plegadas, desvalida y dulce,
como luna vencida
por los rayos primeros que delatan la conciencia.

Era aún tibia en mis manos
y no me costó trabajo reconocerla.

Al abrirla sentí la respuesta del humo,
el cristal de la niebla, el cuchillo del tiempo,
lo que nota una momia al romperle el vendaje.

La carta que yo mismo
escribiera hace ya tantos años,
la que depositara con manos de deseo
en el buzón oscuro del destino,
estaba allí de repente, amarilla,
herida en las aristas
por la voz desvaída de un oráculo en sueños.

Me volví hacia el solar a llorar sobre el musgo.


* * *


La huida

                 Libertad, para mí, quiere decir huida.
                                                              
  Joan Margarit


Se le vio partir y atardecía
por el camino blanco y solitario
que conduce al silencio de los planetas muertos.
Un atlas bajo el brazo, y le seguía
como un perro cansado y distraído
la sombra fiel de la tristeza.

Detrás dejaba toda la ceniza,
un columbario –sueños aún calientes-
abandonado en la luz pálida de la tarde.

Se le vio partir. Hacía tiempo
que, absorto, preparaba la maleta
pero esta vez no echó recuerdos de la infancia
ni las fotos prodigiosas de una primavera,
ni los discos, ni las gafas, ni los libros,
ni el diccionario en blanco de sinónimos de la felicidad.

Estaba anunciada ya la huida.

Nunca fue allí lo que quiso.
Lo tuvo todo, pero eso
es diferente. Nunca vio el mar;
por las noches lo oía. Avaramente
hacía recuento reiterado del tiempo:
un vacío rotundo de aire en la memoria.

Se le vio partir
y perderse diluido en la niebla amarilla.

A nadie dijo adiós.
Sólo dejaba
un último verso escrito por las tapias:
Están maduras ya las uvas del pasado.


* * *


Lo sabes

            Como alguien que se acostumbra
         a un cuerpo o a una vieja dolencia.
                                                        
J. L. Borges


El mar cambia de luz al llegar el otoño.
Una vez fuiste desterrado,
tal vez de eso hace ya décadas,
de una tierra llamada Ventura.

Desde entonces andas
errabundo y constante
por las calles de la noche,
por bares y tugurios
que llaman de los desposeídos
y que cierran
cuando recogen la basura al amanecer.

Ya sabes que a tus espaldas
te llaman desarraigado
y que no compartes nada.
Los dichosos comparten su tabaco
y el cartón de vino
comprado en los supermercados.
Los dichosos hablan
y hacen bromas entre copa y copa
de alcohol gregario.

Todos saben que te has acostumbrado a ella
como a una vieja dolencia,
que tu tristeza no es nueva.
No se te hace extraño llevarla en tu sombra
ni sacar cigarrillos de soledad
del fondo de tus bolsillos.

Lo sabes, hace tiempo que lo sabes:
el mar cambia de luz al llegar el otoño.


* * *


No me pidas la vida

No me pidas la vida. Sólo puedo ofrecerte
los ojos ciegos de una libélula disecada,
un libro sin concluir repleto de obsesiones,
un refugio con un solo cuarto de baño
y salón con vistas a la esperanza.

Sólo puedo ofrecerte
una caja de música herencia de un abuelo,
un reloj con insomnio,
un sueño social defraudado y sepulto,
el billete de un tren que nunca partió,
un estante colmado con jarrones de vidrio
cada uno albergando
el cadáver de un sueño.

Puedo ofrecerte
un páncreas propenso a la tristeza,
la cartilla de racionamiento de la felicidad,
un D.N.I. con la foto de un muerto,
el esqueleto roto de mi infancia,
la hora de la tarde
cuando abren los dondiegos.

Sólo puedo ofrecerte
un candil tirano
de miserable soledad entre las pitas.

No me pidas la vida.


* * *

Poética

Conozco a algunos.

Escriben solos en la penumbra,
callados en la derrota,
en el lugar vacío, en el hueco
inmenso de un útero inservible y yermo.

Son los desconocidos, los olvidados, los parias.

Ni siquiera son malditos.

No hablan del bote de champú,
no hablan del paquete de Marlboro,
ni del yogur de la merienda,
ni del taxi que tomaron esta tarde
para volver del dentista.

Son los inadaptados.

Ya creo haber dicho que habitan un lugar,
un lugar vacío al amor de la sombra.

Jamás visitaron la Corte, no conocieron mecenas
ni frecuentaron fiestas de gozos académicos.

Tampoco tertulias ni guateques locos
de triunfadores clónicos.

Cuando trabajan, sueñan.
Esclavos de la letra, de otras actividades comen,
y cuando les dejan se ayuntan,
y al final
en el olvido mueren.

Conozco a algunos.

No son gregarios.


* * *


Reflejos

                        A ti te ocurre algo
                              
J. A. Goytisolo

Te asomas al espejo
y reconoces en ti
la bruma ciega de la historia.

Hoy pronuncias tu nombre,
solo, a tientas,
y suena como un eco,
y oyes playas y luz
y muertes y olas seculares.

No cantarás en medio del camino
el himno
de los pétalos despiertos,
ni la canción
varada entre las vides
dormidas por el llanto de la aurora.

Te miras al espejo
y enjabonas
el rostro de una historia rumorosa.
Resbala la cuchilla como el tiempo
y el agua
fluye cálida en tus dedos.

Oh, bébete
de un golpe el aftershave
y arroja la toalla a los reflejos,
tú, triste, tú, voraz,
tú, destronado,
tú, fiel taxidermista del recuerdo.


 

 

De "Otro milagro de la primavera"  2010


Antes

Y llegaban las lluvias a los patios dormidos,
las cigüeñas se iban y volvían los vientos,
regresaban las sombras a las tapias desnudas
de los domingos largos. Era un frío callado

en las aulas. De nuevo las estampas de fútbol
en el álbum, el miedo de los lunes oscuros,
de la iglesia, el silencio de los libros de Historia,
los tebeos, los cuentos, los primeros cigarros

que sabían a cine, a crepúsculo y pájaros.
Y llegaban las lluvias, y la niebla en los pinos,
y noviembre, y las dalias, y mi madre cosiendo,

y mi hermano jugando a la luz de la alcoba,
y mi padre en la sala con la radio. Y la tarde
que sabe a chocolate y huele a pegamento.


* * *

Apartamento en otoño

Todos se fueron ya porque es otoño
y apagaron la luz de los pasillos,
dejaron un silencio como niebla
en el jardín sin signos de verano.

La luna es grande y blanca en la ventana,
la luna es la farola de esta noche
de lunes, larga, larga, casi un río
de sueño y de infinito, casi miedo.

Aquí se oye el mar como un silencio
que no quisiera ser, como las hojas
de un viento que remueve la memoria.

Se oye el mar y es parte de esta casa,
la única con luz en la ventana
que da a los bares tristes y vacíos.


* * *


Casa de invierno

Los huéspedes se fueron con el frío
y dejaron tu casa en el silencio.
Te asomas de puntillas tras los vidrios
a ver la lluvia gris en las antenas.

Parece que no estamos en peligro,
ni sientes en la piel la luz del miedo,
pero te extraña verte cada día
estudiando los rastros de una huella.

Los huéspedes se fueron con el frío
y te ha tocado a ti negar la vida:
un muerto más, despierto y solitario.

Está frío el jardín y están las hojas
dormidas en la paz y en el olvido.
Al menos no hay pulgones en invierno.


* * *


Como la nieve quema

Quema la soledad como la nieve
quema, como el transcurso de la noche
hiere. Con las aristas de tu hielo
he forjado una estatua en el insomnio.

Una vez más, sin ti, mi amor, la noche
ventisca es de este sueño que no llega.
Todo es sombra sin voz, sin la memoria
futura que aguardaba de tu carne.

Qué frío es el lugar donde la fruta
cedió su dimensión a los carámbanos.
Espero, y sé que nadie ya me espera.

La vida es esperar sin fundamentos;
desnudo bajo el cielo de tu ausencia
qué frío estoy pasando, amor, qué frío.


* * *


El sabor del frío

Este sabor a nieve nuevamente,
o a ceniza de nieve y a moneda,
a cobre sulfatado por los años;
ese sabor a invierno en la garganta.

Se desmorona el aire entre los dedos
y crujen las ventanas de la ausencia
como un violín cansado o un espejo
roído por el hongo del vacío.

Ha vuelto a posponerse el equipaje,
a quedarse plantado ante el silencio
en el fondo amarillo de los muebles.

A veces cae la lluvia en las ruinas,
se hiela entre las piedras y anochece.
Es tan frío el dolor como la nieve.


* * *


Foto de cumpleaños

Un plato de cartón y siete velas
en la sala de estar de la memoria,
siete años de luz en una tarta
humilde, escueta y pobre como un nido.

Mi madre junto a mí, detrás mi padre,
y mis hermanos, ángeles de invierno.
Allí estoy yo sentado y sonriendo
al futuro que ahora me contempla.

Callado estoy, con unos labios frescos
y unos ojos que ya no son los míos.
¿Qué tábano me hirió en el entrecejo

y me dejó a merced de la tristeza?
Esta foto me duele como un cáncer.
Voy a acostarme pronto a ver si sueño.


* * *


La herida

Hoy puedes constatar que estás herido,
que las moscas nocturnas del fracaso
han vuelto a colocar sus huevos tristes
en la carne sin luz y sin codicia.

A golpes de invención vives la vida,
descalzo de verdad y repudiando
la esclavitud del aire en los arcones,
la incierta vocación de las veletas.

Convives con el vértigo, el asedio:
el tránsito veloz de los deseos
jamás cumplidos en la edad vibrante.

Hoy puedes constatar que estás herido;
te inventas evasiones más propicias.
Lo mejor te ocurrió siempre en los sueños.


* * *


Otro milagro de la primavera

Otro sol, otra luz, otras gaviotas,
otras voces, la tarde que se alarga,
el viento que hace dulce la ceniza,
otra calle, otro cielo, otro silencio.

Otra carne, otro tiempo, la veleta
que deja de girar y apunta al Este,
otro sueño, otra hierba, otras muchachas
haciendo incontenible la nostalgia.

Si ahora yo tuviera esa otra luz,
el viento, ese otro sol, la tarde dulce,
el cielo del silencio y la veleta

del sueño señalando otra distancia,
intuyo, no estaría aquí esperando
otro milagro de la primavera.


* * *

Recurso

No puedes consolarte como un muerto en la siesta,
roncando como un cerdo, sólo oyendo en la radio
las noticias de guerra, las canciones de moda,
detestando la luz, añorando la carne.

Hoy tendrás que salir a buscarte la vida,
a tomar unas copas, a mirar a las chicas,
a jugarte a los dados el ron de la tristeza,
a inventar nuevos sueños que te alarguen la vida.

Hay algo que arriesgar -existe la esperanza-
y buscar los paisajes de engañosas arenas:
kilómetros de luz detrás de los visillos.

Recupera el gabán y lánzate a la lluvia;
en el rancio bolsillo permanece el recurso:
una bala de plata que redima el cansancio.


* * *


Sin que me mires

         I’m an eye in the sky looking at you...
                                                                          A.P.P.

También a mí me gusta, eso es bien cierto,
mirarte cuando vienes insensible,
mirarte cuando pasas, insensible
a todo lo demás, a lo que duele.

Mirarte con mis ojos, sí, mirarte
con los ojos heridos del invierno.
Mirarte. Pero tú no miras nada,
ni tan siquiera al hombre que te mira.

Tan sólo un hombre extraño que te mira
pasar sabiendo siempre que no miras
al hombre que te mira cuando pasas.

Y pasas tú, la vida pasa lenta
a veces, otras veces se me escapa
mirándote pasar sin que me mires.


* * *


Tal vez fuese verano

Tal vez fuese verano y los jazmines
del parque estaban vivos. Por las noches
olían. Y dormían en silencio
los pájaros oscuros de las torres.

El mundo iba muy lento. Tú tenías
una blusa turquesa y unos ojos
muy grandes y una voz blanca y alegre
y unos pechos que no pesaban nada.

Recuerdo que reías, y mirabas
como quien mira a Dios, como quien mira
el mar desde los montes de la aurora.

Recuerdo, era verano y tú eras malva,
tenías en el cuerpo la dulzura
de las moreras blancas y los guindos.

 

  AddFreeStats.com Free Web Stats in real-time !